Hace unos días, hablando con una amiga de Madrid sobre las exposiciones de arte contemporáneo, así en general, acordamos que en lugar de hablar de malas exposiciones habría que hablar de exposiciones fallidas. Ella lo tenía muy claro. Yo, no tanto. Sin embargo, lo cierto es que, diciendo que una exposición es fallida, siempre se puede argumentar algo en favor de una obra que, si la incluyes en el marco de una mala exposición, ya no hay nada que hacer. Y eso, al artista, le hace menos daño. Tengo que decir que, en este sector de las artes visuales desde el que estamos hablando, mi amiga tiene muchos más compromisos que yo. Y, además, lleva muchísimos más años aplicándose en el ejercicio de la diplomacia artística, cosa que a mi ya no sólo me coge un poco tarde sino que, además, no se si tengo muchas ganas de ponerme en ello. Es más, me pregunto que necesidad tengo pese a haya quien afirme que si uno suelta todo lo que sabe, piensa y opina casi es mejor que se retire del ruedo. A mi, quizás por eso –o no- ya me están avisando de que todavía estoy a tiempo. Pero qué quieren que les diga, me siento bastante cómodo diciendo lo que pienso. Y es que aunque sepa que no le puede gustar a todo el mundo, creo que al que le pueda interesar, será alguien con el que me pueda entender. Y eso es mucho de agradecer en un sector en el que los silencios, las envidias, las malas interpretaciones, los peloteos, las glosas empalagosas y la deconstrucción de las dinámicas sobre las que se supone que se fundamenta una relación normal, abierta y sincera, no sólo están a la orden del día sino que empañan su buen funcionamiento. De lo que se concluye que, si no fuera por la espesura de esa masa superflua, otro gallo nos cantaría. Vamos, que nada nuevo ni distinto a lo que pueda pasar en cualquier otra profesión.
Pues bien, en ello estaba pensando el otro día cuando intentaba hallar el modo de referirme a las dos exposiciones que, en estos momentos, tiene Jaime Pitarch (Barcelona, 1963) en este país. Una en la Galería Fúcares de Madrid y la otra en Angels Barcelona, de Barcelona, obviamente. Se da la circunstancia de que el artista es el mismo. Sin embargo, sus dos exposiciones parecen concebidas, hechas y montadas por manos distintas. ¿Se debe esto a que una de ellas es una mala exposición?, ¿se debe a que la otra es muy buena?, ¿cuál es la razón por la que una esté tan bien y la otra no tanto?, ¿podría ser alguna de ellas el paradigma de exposición fallida a la que se refería mi amiga?
La exposición de la Galería Fúcares de Madrid se titula Despacio/destiempo y se compone de obras realizadas entre 2012 y 2013. Momentum, la más espectacular, es una suerte de escultura realizada a partir de los restos de un armario encontrado en la calle y montado de manera que todas sus piezas salgan de un único cajón. Sosteniéndose de pie merced al equilibrio que mantiene sobre sus dos patas delanteras, el armario se podría interpretar como una “metáfora del ser humano y su esfuerzo por mantenerse en pie utilizando todo aquello que le fue otorgado en origen para la construcción de su persona”. O bien, como la viva imagen “del hombre extraviado, descabalgado de la inercia de su contexto”, tal como reza la nota de prensa. Visualmente la obra es tan eficaz como las otras obras que, a lo largo de su carrera, Pitarch también ha realizado con este título. A nivel de contenido no sólo alberga su enjundia sino que se ajusta a la perfección a la voluntad del artista de hallar la belleza en la precariedad y en el acto del extravío. Ahora bien, el lugar que esta obra ocupa en el espacio de exposición, a mi juicio no se ajusta al peligro que tiene de caerse si le falla ese equilibrio con que se mantiene en pie.
Búsqueda personal, realizada en 2012, es la segunda de las obras que se pueden ver. Ha sido elaborada a partir de las “propuestas que youtube ofrece al teclear las letras de nuestro abecedario en su ventana de búsqueda”. Se trata de un listado que, pese a lo personal que puede ser por cuanto que somos nosotros quienes lo estamos realizando, es “la réplica de nuestro propio proceder estandarizado, de nuestra reducción a dato estadístico y de la disolución de nuestra propia individualidad”. Una vez entendido que la aleatoriedad es quien dicta el contenido de la obra, a la que te has leído dos páginas de las 27 que tiene la obra puedes dar por concluido el consumo de esta pieza. De modo que el lugar que ocupa en la sala de exposición, a mi modo de ver, es desmesurado en relación a lo que aporta.
Con Proyector, realizada en 2012, se invierte el proceso de esta búsqueda personal de modo que lo que se supone que debería ser el proceso mecánico por el que el proyector garantiza el paso de una diapositiva a otra, se convierte en la reconstrucción por pasos de la razón de ser de su presencia en la sala. A la manera de las preguntas que nos hacemos acerca de nuestra presencia en el mundo, los textos que se suceden a través de las dispositivas nos invitan a conocer la reflexión que llevaría a cabo un dispositivo mecánico desde su supuesta subjetividad. Su formalización, resuelta a través de una peana desde la que se proyectan los textos se han escrito en las dispositivas del carrusel, da por supuesto que quien las quiera leer lo debe hacer de pie desde el principio hasta el final. A menos que se canse.
Junto a estas obras que hemos mencionado hay otras tres una de las cuales, a mi modo de ver, condensa tanta poesía que anularía de un plumazo buena parte de las obras que se incluyen en la exposición. Se trata de diálogos rotos, una obra casi imperceptible de 2012, realizada a partir de cristales rotos encontrados y cuya forma nos remite a los característicos bocadillos de que se sirven los cómics para narrar la historia. Es decir, allí donde se construye el diálogo entre unos personajes que, en el caso de los de la exposición, quizás se limitan a recordar la tragedia que los une.
La exposición de Barcelona se titula Butterfly y, a diferencia de la de Madrid, sólo se compone de una obra. Pero qué obra!! Concebida en 2001 para la exposición que tuvo Jaime Pitarch en la Nouvelle Galerie de Grenoble (F), la pieza es tan simple como los elementos de los que se compone: una tuerca de mariposa, un potente imán, una fina cuerda de piano de medidas variables y una ventosa de cristalero. Se trata de una instalación consistente en “tensar un cable entre los dos extremos de una galería. Por uno de sus lados el cable está sujeto a una potente ventosa adherida al escaparate de la galería. Desde allí, viaja longitudinalmente en un recorrido horizontal, atravesando los muros que dividen el espacio transversalmente”. Cuando uno entra en la sala de exposición, apenas se percibe el cable de modo que no es hasta que llega al final del espacio cuando, al reparar en la tuerca de mariposa que se sostiene en el aire por la fuerza de un imán, se da cuenta de que el cable lo ha venido acompañando hasta allí desde la entrada del espacio. En el camino de regreso hacia el escaparate donde se halla la ventosa, uno no puede más que apreciar la tensión del cable en su paso por un espacio atravesado por los agujeros que se han tenido que aplicar en sus paredes para facilitar que pueda pasar. Se trata, una vez más, de uno de esos trabajos en los que, a través de esa asociación de elementos dispares a la que Joan Brossa era tan afín y a la que tanto se remitía para la construcción de sus poemas visuales, se pone a prueba la capacidad del espectador de preguntarse acerca de cuestiones esenciales partiendo de lo más simple. Algo que Pitarch sabe muy bien de qué va por cuanto que es en la base de su propia obra donde se halla el uso de un recurso al servicio de “la poética de lo cotidiano, el sentido del humor, el juego, la tensión y la precariedad”.
Y llegados aquí, yo me pregunto: ¿cómo es posible que, siendo el mismo artista quien expone en las dos galerías, sus propuestas nos sitúen frente a tesituras tan dispares, contrapuestas y tan irregulares en la transmisión de sus mensajes? No lo sé. Quizá sea porque somos humanos y, como tales, erramos y acertamos, a veces, a partes iguales. De modo que, concluiré, diciendo que si, para mi, la de Barcelona es una buena exposición, la de Madrid podría ser el ejemplo de lo que, al inicio de nuestra reflexión, intentábamos definir como una exposición fallida. Es decir, una exposición de buenas obras cuya combinación no ayuda a dilucidar el interés que despiertan.
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