Laura Llaneli: Sesiones de escucha en mi cuarto & Antoni Hervás y Ariadna Parreu: Domestica 3. Barcelona

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Ayer, 14 de agosto de 2014, estuve en la segunda de las sesiones de escucha en mi cuarto organizadas por Laura Llaneli en la habitación del piso que comparte en el barrio barcelonés del Raval. Se trata de una iniciativa nacida después de haberse comprado un tocadiscos y darse cuenta de que la escucha o consumo de un vinilo, por mucho que sea de una media de entre quince y veinte minutos por cara, es otra muy distinta a la que, hoy en día, se nos invita para el consumo o escucha de la música. Sería, más o menos, como la diferencia que existe entre fumarse un cigarrillo de una cajetilla o hacérselo manualmente con tabaco de liar. No hay duda de que, en la manera de entender el uso y/o consumo de ambas actividades, hay algo de ritual que hace que su experiencia adquiera otro valor y, por ende, nos haga sentir más partícipes de lo que, sin darnos cuenta, podría derivar en un hábito y a partir de ahí, en rutina y quizás a partir de este momento, en una pérdida progresiva del interés hacia lo que, en su día, apareció en nuestras vidas como garante de placer, bienestar y, sobre todo, de evasión de la realidad. Y lo voy a dejar ahí, hablando así…como de manera muy general…

La dinámica de la sesión concebida por Laura Llaneli consiste en invitar a alguien a que presente un vinilo al grupo de asistentes que, por invitación de facebook, se van a dar cita en la habitación de la anfitriona. Se le pide al invitado que, para no empezar la sesión a palo seco, sin intermediación ni precalentamiento, contextualice el vinilo de la manera que considere más conveniente. Tras la introducción por la que cada uno se inclina, se procede a la escucha del vinilo y tras la escucha del vinilo, a un intercambio de impresiones tan imprevisible en la temática como en la hora de irse a casa. Por bien que, en la de ayer, yo me retiré sobre las once de la noche, he sabido que los que se quedaron terminaron mucho más tarde en la cocina de la casa. Haciendo no-se-sabe-qué. Dicen que pinchando con los fogones de la cocina hasta las dos de la madrugada…

La intención de Laura a la hora de programar estas sesiones de escucha en su cuarto no difiere demasiado de la que planea sobre las iniciativas que evidencian el grado de conexión que siempre existe entre los miembros de una misma generación. Es decir, de modo muy natural. Sin forzar. Lo que no quiere decir que los que no sean de la misma generación -en el caso que nos ocupa: yo mismo- no puedan entender qué está pasando o que su modo de participar en la feria no pueda ser muy distinta a la dinámica de un dinosaurio en una tienda de informática; quiero decir que lo que está pasando, si bien se entiende perfectamente y nos recuerda que en la vida sigue existiendo la ilusión de un elixir, ya se ha vivido en otro momento, de otro modo, en otro contexto y que, al igual que lo que ahora está sucediendo, es tan necesario que exista como que la gente se conozca entre sí, se produzca un intercambio de impresiones, se solidifiquen las relaciones, se compartan maneras de entender el mundo y se arme el ejército de profesionales que deben seguir cuestionando el mundo cuando, quienes lo hacen ahora, hayan perdido no sólo la voz sino que también el ánimo, las ganas de seguir bramando y, por qué no, también el pelo.

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Como la cosa fue tan bien con la primera sesión que lideró Quim Packard, Laura Llaneli decidió hacer una segunda encargando la velada a Ryan Rivadeneyra. Su propuesta consistió en invitar a la audiencia a reflexionar sobre la seducción a partir de la visión, vía youtube y a modo de preámbulo, de dos secuencias de North by northwest de Alfred Hitchcock y The graduate de Mike Nichols, la preparación de unos cocktails Metropolitan -nos dijo Ryan que siempre había visto en el brandy algo de seductor-, la luz de unas velas y la explicación de una suerte de casualidades y coincidencias que, partiendo de sus padres y la música de Lyonel Richie, nos condujo hasta las puertas de lo que, para Ryan, era un must en cuanto a música de la seducción: la voz aterciopelada de la cantante británica Sade. Al margen de que el tocadiscos de Laura funcionaba demasiado rápido y tuvimos que escuchar la música a través del santo-you-tube, lo que para la mayoría de los asistentes fue poco menos que un descubrimiento, para mí fue un cúmulo de recuerdos que me transportaron a un pasado del que apenas tenía noticias por la de años que habían transcurrido. Si, lo confieso, se me apareció el dinosaurio. Ahora bien, en lugar de lamentarme sin desazón y salir de aquella habitación juvenil como alma que huye del diablo, opté por quedarme un rato más para ver cómo transcurría aquella velada amenizada por la voz de Sade, regada con Metropolitans, iluminada por la luz de unas velas, sin rumbo fijo y organizada por alguien que, como Laura, lo único que pretendía era compartir una experiencia, abrir la puerta a lo desconocido y evidenciar, desde la habitación con balcón de su piso, que hay una manera de estar en el mundo consistente en permitir que lo común de una comunidad aflore a discreción por muy conocido o extraño que sea, previsible o imprevisible, contemporáneo o extemporáneo. Porque no se trata de asistir a una cena perfectamente montada -¡para nada!- como de improvisar sobre la marcha a partir de lo que lleve cada uno de los invitados. Principalmente, sus ganas de estar. También sus ganas de participar. O, simplemente, sus ganas de descubrir. Algo. O nada.

Del mismo modo en que Laura organiza estas sesiones de escucha en su habitación, también existen otra serie de iniciativas surgidas de manera imprevista, difundidas a través de las redes sociales y sin ánimo de incrustarse de por vida en el devenir de nuestros días. Se trata de iniciativas surgidas poco menos que de manera espontánea encaminadas a favorecer el intercambio de impresiones y visibilizar la trama sobre la que se teje una buena parte de los intereses que motivan a la sección más joven del sector artístico de cualquier lugar. Un sector que, por la ley y su naturaleza, la del mercado y la debilidad de su incidencia en el tejido artístico de una comunidad, parece que todavía no tiene cabida en la parrilla local de las galerías, espacios varios de exposición, centros de arte -donde los haya- o no están en la mente de esos críticos, comisarios y/o gestores de la cultura y el arte que, con un poco de suerte o desgracia les pueden situar frente a las puertas de la Gloria o, según se mire, del infierno.

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No hace mucho -el Domingo 13 de julio- por iniciativa de Antoni Hervás y Ariadna Parreu se pudo ver en un piso en desuso del ensanche barcelonés, la tercera edición de Doméstica, una suerte de macro-cajón de sastre de un sólo día de duración y con obra de cerca de cien artistas. En concreto, y según Parreu, de ciento once artistas (!!!). La cifra de participantes en Doméstica 3 tendría que ser más que suficiente como para deducir que, más que una exposición colectiva -que lo fué- la finalidad de esta iniciativa radicaba no tanto en exponer -que también lo era- como en la posibilidad de celebrar colectivamente y sin más aviso que el de las redes sociales y el boca a boca, el hecho de poder mostrar en público y de modo imprevisible el quehacer de un variadísimo número de participantes y propuestas al margen del corsé dentro del que hay que embutirse para hacerlo en espacios habituales, recurrir a los canales de difusión de siempre, soportar la pesadez de los intermediarios de turno o permanecer como un idiota al albur de falsas expectativas.

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Puesto que el marco era tan efímero como lo que allí se podía ver, escuchar, comer y bailar -salvo algunas obras muy concretas y separadas del resto, te podías llevar una obra a casa a partir de las 20:30h- lo que pude comprobar durante el rato que estuve en aquel piso de la calle París fue que la energía -Ariadna Parreu dixit- y buen rollo que planeaba sobre el ambiente no era nada casual sino fruto de una necesidad. Quizás de la necesidad de compartir una impostura, participar activamente de una acción, del deseo de lanzarse a una aventura imprevisible -de hecho, se llevaron obras que no debían antes incluso de lo previsto… si, chorizos hay en todas partes- o de la necesidad de decirle a quien quiera escuchar que, al margen de lo establecido, siempre hay una vía abierta para poder hacer lo que se hace con ganas y sin otra pretensión que la de reunirse para compartir. Cuándo sea, dónde sea, con quién sea y por las razones que sean. Quizás también, y tal como apuntábamos al hablar de la habitación de Laura, con la voluntad de conocer la calidad de la trama sobre la que se va modulando la voz de quienes deben seguir cuestionando la realidad antes de que sean calvos quienes ahora ya están afónicos y los que dirigen las estructuras de poder, con un poco de suerte, estén a punto de jubilarse.

O, simplemente, de desaparecer.

Quiero decir, tanto las estructuras como ellos mismos.

 

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