Hace 18 años conocí a Ramón Guillen-Balmes en el marco de una exposición colectiva. Él era uno de los artistas seleccionados y yo el autor de uno de los textos que aparecían en el catálogo. Para él, otra exposición. Para mí, mi primer texto importante. Un texto que me costó dios-y-ayuda redactar porque creía que, de su resultado, dependería mi permanencia en el sector artístico. ¡Ya ven ustedes!
Todavía recuerdo que las únicas palabras que escuché en relación a aquel texto, fueron las que me dijo, mirándome, Ramón Guillen-Balmes. Recuerdo que atravesó la sala donde estábamos para decirme que le había gustado mucho y que, entre las ideas que apuntaba, había unas cuantas con las que se sentía identificado. Nunca nadie me había dicho nada parecido. Quizás porque era la primera vez. Como también aquel texto. De modo que ya se pueden imaginar la ilusión que me hizo. Además, yo apenas le conocía. Era mayor que yo y, yo, no lo suficientemente mayor como para entender qué me decía ni aquel sentido de la ironía que gastaba cuando acompañaba sus palabras. Este es el recuerdo que tengo de él. De su persona.
Pero no de su obra.
Cuando supe de la existencia de la obra de Guillen-Balmes yo era muy joven y recuerdo que la obra de los artistas catalanes que solía verse por las galerías de arte de Barcelona, amén de la de los consagrados y su adscripción a lo matérico, lo lírico, lo formalista o lo reivindicativo, era la de un grupo de jóvenes procedentes principalmente del campo de la escultura, proclives a romper las fronteras entre disciplinas o lenguajes (principalmente con el de la pintura) y vinculados, cada uno de ellos, a un tipo de material que, con el tiempo, acabaría constituyéndose en una especie de sello de identidad. En este sentido se podría decir que si a Jordi Colomer se le conocía por los yesos, las maderas y las piezas de moqueta o a Pep Durán por las rodillos de madera de las persianas, las piezas de tela estampada, moldes de sombreros y materiales diversos y variados, a Isabel Banal se la conocía por la escayola, el hierro, la tierra, las ramas y las figuritas de plástico, a Joan Rom por los cauchos, las chupas de cuero cosido y, sobre todo, las lanas, a Aureli Ruiz por el amianto y sus dibujos sintéticos, a Tonet Amorós por la fibra de vidrio y el hierro… y así hasta la eternidad, traspasando nuestras fronteras y viendo que esta suerte de asociación artista-vs-material también se daba en otras ciudades de otras comunidades autónomas. En general y abreviando se podría decir que, sin entrar demasiado en detalles, cada artista tenía su material.
Y el material de Ramón Guillen-Balmes era el fieltro.
Hacía muchos años que no veía obra de este artista finado y, todavía menos, en la cantidad con que se muestra en el Espai Nau U del ESDA Llotja de Sant Andreu. Fui a ver la exposición poco antes de que se inaugurara porque, como viendo siendo habitual, creo que aquel día en Barcelona había cinco o seis actividades más o menos simultáneas. Al traspasar el umbral de la puerta que separa la sala del resto de la escuela, me embargó una extraña sensación. Y es que, junto al hecho de profanar un espacio que eran muy pocos quienes habían visto hasta entonces, parecía como si el artista la hubiera terminado de montar hacía cinco minutos y estuviera esperando en un bar la llegada de la gente para poder inaugurar.
Se diría que el tiempo no había pasado. O que el tiempo que lo había hecho, no había afectado en absoluto la vigencia de aquella obra. Y fue así -es decir, como si nada hubiera pasado- como perdí la noción del tiempo dejándome afectar por el halo de unas obras que, siendo muy distintas entre sí, compartían algo o más de una cosa. Y mucho.
Por bien que se pueda pensar de otro modo, parece que una de las peculiaridades por las que se conocía a Ramón Guillen-Balmes era su capacidad de comunicarse con los demás. En relación a este aformación, me han dicho quienes le conocieron muy de cerca que la relación que establecía tanto con sus compañeros de la Massana como con sus alumnos de escultura era tan especial que no era raro que se asociara a la amistad. Por ello, quizás, uno de los aspectos en los que uno piensa frente a la obra de este artista sea, precisamente, algo que, de algún modo, se vincularía a este sentimiento.
Además de ser sumamente detallista, perfecto en el dominio de la técnica que utilizaba, diestro en el uso de los materiales de los que se valía y pulcro a más no poder en el resultado final, lo que caracteriza buena parte de las obras de Guillén-Balmes es que fueron pensadas para alguien, con alguien, a partir de alguien, sobre alguien o pensando en alguien. Y este alguien del que parten sus obras era alguien al que Ramón le había pedido que le pidiera algo -como un deseo, un anhelo…- aquel al que Ramón le había inspirado de algún modo o aquel al que Ramón le apeteció sorprender sin que apenas lo sospechara.
Establecido el punto de partida -o sea, la persona- parece que el método que seguía el artista consistía en darle forma a lo que había escrito. De modo que aquel deseo inicial, el anhelo, lo que le había pedido a la persona en cuestión o lo que la persona en cuestión le había dicho que le gustaría conseguir, se pudieran ir transformando en una suerte de objeto aunque, más que en un objeto, en una suerte de prótesis. En prolongaciones naturales de sus cuerpos pensadas para alcanzar lo que le habían pedido al artista. Durante el tiempo de realización de estas prolongaciones corporales mediante el uso de materiales como la fibra de vidrio o la madera, los encuentros entre el artista y el cliente/amigo eran tan frecuentes como necesarios para que el objeto se adaptara perfectamente al cuerpo. De modo que, al tiempo que las almas adquirían su forma, la relación con el artista también se iba moldeando . Y entre la forma y la relación entre el artista y el cliente se hallaba la manera de ensamblar a un cuerpo lo que les haría feliz. O sentir satisfechos. A cada uno de un modo distinto.
Por bien que las prolongaciones corporales no estaban todas hechas con el mismo material, hay uno cuya ductilidad le convierte en el protagonista de buena parte de todas ellas. Nos referimos al fieltro, esa suerte de textil no tejido que, en forma de lámina, no surge del cruce entre una trama y una urdimbre, sino de conglomerar mediante vapor y presión varias capas de lana o pelo de animales. Por las prestancias que le otorgan los materiales de los que se compone, el fieltro se puede moldear y por lo tanto, adaptar, a la forma a la que se adhiere mediante vapor o presión. O, como hace Guillen-Balmes, mediante una técnica de costura tan altamente sofisticada como controlada y eficaz.
Hecha el alma de cada pieza y revestida de fieltro en su totalidad o en parte, el modo en que el artista decide mostrar el resultado pasa por informar del punto del que parte -es decir: del escrito, de los esbozos del artista o de otros tipos de anotaciones varias-, mostrar el resultado en su versión tridimensional -es decir, el objeto, la prótesis- y glosar el proceso que siguió el artista a través de fotografías de cada cliente/amigo vistiendo aquella prótesis -u modelo de uso- que Ramón le había construido.
Si ver una de estas obras transporta a quien la ve a una dimensión tan especial y táctil como epidérmica, emotiva, intensa y sentimental, entrar en el Espai Nau U del ESDA de Llotja y encontrar lo que allí espera, es como asistir a una reunión de amigos esperando a Ramón para inaugurar su Liaison. Es decir, su exposición.
Pero él, mientras tanto, parece que sigue en el bar.
Quizás pensando en su siguiente pedido.
O en la forma que le dará a su amigo.