Lo voy a confesar: mentí, me mentí. Por lo tanto: pequé. Si, fui a Fabra & Coats a pesar de haberme dicho que no lo haría. Pero, miren ustedes, si hay quien por razones económicas, profesionales, personales, irrenunciables, clarísimas, etc… no sólo no ha tenido, ni tiene, ningún inconveniente en comisariar o en participar en alguna exposición en esta sala sino que, además, aquí-paz-y-todo-es-gloria, pensé que porqué me iba a privar yo de ir a ver una exposición organizada por dos profesionales a los que conozco y vengo siguiendo desde que empezaron en todo esto del comisariado. Dos comisarios como David Armengol y Martí Manen con los que, a pesar de discrepar en bastante más de una ocasión, me une la pasión, dedicación y convicción que le ponen a un trabajo a través del cual puedo conocer, por ejemplo, la obra de Pilvi Takala, una artista nacida en Finlandia en 1981 y a la que no conocía absolutamente de nada. Y yo, por un artista, casi mato.
Entenderán, en consecuencia, que por razones como esta, no sólo no tenga ningún inconveniente en contradecirme sino que hasta incluso me permita el lujo de celebrarlo como no se pueden imaginar. Lo cual no quiere decir que no tenga opinión acerca de lo que está pasando en la escena artística de Barcelona. Porque sí que la tengo. Como también la convicción de que, pese a lo disconforme que pueda estar con un proyecto que, como este llamado centro de arte, sigue al albur de una indefinición que, francamente, nunca me ha gustado nada, nada, nada, creo que si nos dedicamos a poner cruces a todo aquello con lo que, por razones mayormente políticas, no comulgamos, acabaremos convirtiendo nuestra escena artística en poco menos que un cementerio. Y yo, francamente, no quiero estar en un cementerio ni el día que me muera.
A lo que íbamos: fui a ver Slight Chance de Pilvi Takala en compañía de David Armengol, co-comisario del ciclo en el que se incluye esta muestra. Tuve interés en ir con él porque siempre he considerado que es un verdadero placer tener este momento de aproximación directa al trabajo de alguien justamente en compañía de este alguien. Y además, porque es precisamente en estos momentos y raras veces en otros, cuando se habla de verdad, se discute, se discrepa, se dialoga y, sobretodo, se conoce lo que pasa por la cabeza de quien, desde otra óptica, no sólo se interesa por el arte sino que también por cuanto se aprende a través de su dedicación al mismo.
La exposición de Pilvi Takala forma parte del ciclo de exposiciones que, tras haber ganado un concurso público, han concebido Armengol y Manen para la temporada 2013/2014 de Fabra & Coats. Se trata de una suerte de libro de relatos transfigurado en propuestas expositivas, grupos de trabajo, actividades complementarias y un proyecto educativo. Es decir, en una suerte de publicación expandida, titulada El texto: principios y salidas y que, a partir de la idea de texto, parte de la “noción de libro, de escritura, focalizando emocionalmente en el sistema de relaciones que se establecen entre el que escribe y quien lee”. O lo que es lo mismo, una exposición individual, tres colectivas y un archivo englobados en lo que, en un libro, vendría a ser un prólogo, un argumento y un epílogo aderezado por una serie de notas al pie relacionadas con el proyecto que pretenden abordar.
Tras la introducción al ciclo que me hizo Armengol, empezamos a hablar de la exposición propiamente dicha. Me comentó que el hecho de que el comisario fuera Theodor Ringbor –y, por lo tanto, ni él ni Manen-, se debía a dos razones: una de carácter eminentemente práctico, relacionada con la premura de tiempo con la que habían tenido que trabajar para tener lista la primera exposición en el plazo de tiempo que venía marcado por la convocatoria a la que se habían presentado, y otra de carácter mucho más conceptual relacionada con la capacidad que tenía esta artista de apuntar, a través de su obra, algunas de las líneas argumentales que se abordarían a lo largo del ciclo expositivo. O, para decirlo en términos más ad hoc, durante la lectura de su libro expandido.
Parece que lo que les interesaba a los comisarios de la obra de Pilvi Takala eran varias cuestiones: la narrativa que desarrolla con ayuda de la imagen y el tiempo, el uso del lenguaje en su versión oral y escrita, la “forma directa e intuitiva de abordar el trabajo artístico” y “el análisis de corte sociológico tratado desde la performance que la artista, siempre a caballo entre la ingenuidad y la maldad, desarrolla en el espacio público para forzar situaciones anómalas y ajenas a las normas que rigen el orden social, político o económico”. Se trata, en suma, de una obra que, en palabras del comisario de la muestra, “crea confusión y desafía las convenciones sociales que tan fácilmente damos por hechas”. Y a lo que yo me pregunto: ¿dónde las damos por hechas?, ¿en qué país?, ¿en qué contexto?.
La primera impresión que tuve al ver la exposición, fue más bien agradable: cinco obras producidas entre 2006-2012 engarzadas a partir de la idea de azar o, si se prefiere, de interrumpir el transcurso natural de nuestras vidas a partir de actuaciones inesperadas representadas por la propia artista o actores contratados. Una obra en la que Takala, con el fin de llamar la atención acerca de cuanto estamos dispuestos a entender que las cosas que nos pasan pueden ser de otro modo, pretende llamar la atención acerca de la influencia que ejercen en nosotros situaciones que nos frenan, cuestionan, interrumpen, confunden, alertan, constatan… en definitiva, lo que creo que viene haciendo el arte desde siempre, según el modo en que yo lo entiendo y especialmente en occidente.
Por bien que no todas las obras de esta exposición han sido realizadas en video, es la imagen y su fascinación lo que predomina en el conjunto de las obras. Y es, quizá, por esta especie de fascinación por una imagen que, resumiendo, diría que me resulta excesivamente pulcra, limpia, poco problemática, aséptica, reconocible o harto asimilada lo que hace que, para mí, todo me parezca exactamente lo mismo. Es decir que, pese a que en cada obra se recurra a un tipo de narración concreta, transcurra en un escenario preciso, retrate a un segmento de la sociedad determinado y su desarrollo sea particular, lo que me llega a través de lo que veo no me ayuda a vislumbrar la especificidad –y por lo tanto, interés- de un trabajo que, para mi, podría haber sido realizado por cualquier artista de la misma generación procedente de cualquier parte del mundo y que hubiera tenido la fortuna de aproximarse al arte desde la misma perspectiva socio económica de la que parece que ha disfrutado esta artista finlandesa. Es decir, lejos de las cloacas y con un nivel de compromiso acorde a una realidad proteccionista, civilizada y ejemplar.
Confieso que, pese a no ser un experto en la obra de Pilvi Takala, lo que percibo en su obra es una suerte de estética-generacional-profusamente-aceptada-y-digerida que me aparta de los discursos que, actualmente, me interesan en esta tipología de arte de mi tiempo. Es decir, en ese lenguaje que también se escucha actualmente y que, como el que ella practica, opta por irrumpir en la secuencia “natural” de nuestras vidas con el fin de interpelar y, a ser posible, triturar nuestra zozobra ilimitada.
No sé si será por gato, por viejo o las dos cosas a la vez pero lo cierto es que, habiendo visto esta exposición en dos ocasiones, ni la factura de su obra, ni su impecable resolución, montaje espacial, interés del tema o sujeto alrededor del cual parece que gira –por lo menos para mi- el discurso de Takala, consigue que nada de lo que vea, entienda, escuche o lea se quede en mi pensamiento por más de cinco minutos. De modo que salí de la exposición convencido de haber visto un buen trabajo realizado por una artista que apenas me interpela.
Lo que no quiere decir que me arrepienta de haber ido. Porque no sería cierto. Y es que, con el objetivo de acercarme a la obra de una artista que desconocía, pude conocer de primera mano el proyecto dentro del cual se enmarca esta exposición, saber algo de los artistas de los que se valdrán sus comisarios para la articulación discursiva de las exposiciones venideras y resolver de un plumazo un dilema que me mareaba. De modo que, ya han visto ustedes que, por razones profesionales, no hay impedimento que valga para ver lo que, con convicción, nos proponen dos comisarios como Armengol y Manen.