Gino Rubert. Ex-voto. Galería Senda, Barcelona

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El universo ex-voto siempre me había dado mal rollo. Entrar en una iglesia y ver en alguna de sus capillas esa colección de brazos, piernas y pies de cera a tamaño real, órganos de hojalata, mechones de pelo, fotografías en blanco y negro o nombres del tipo Encarnación, Hipólito, Esperanza, Mariano o Eustaquio escritos en trozos de papel atados con una cuerda a otra pierna, cara, pie o dedo, no era exactamente lo que más me seducía. Es más, recuerdo que en cuanto los veía ponía pies en polvorosa.

Cuando entré en la Galería Senda y vi que Gino Rubert le había dedicado a este género la exposición que presenta hasta el 17 de mayo y que representa, para el artista, una etapa más en su camino hacia la representación de las «experiencias y emociones a las que se accede desde el marco animado y blindado de las relaciones sentimentales», me embargó una extraña sensación. Y es que si, a lo largo de su trayectoria artística, Gino había echado mano de disciplinas tan variadas como la pintura, el video o la instalación para hacernos partícipes de su particular universo, lo que veía en esta ocasión eran básicamente pinturas inspiradas en la tipología del ex-voto mejicano. Es decir, no en el de las piernas y brazos de cera sino el que combina la imagen pintada con un texto tanto para representar un acercamiento religioso como por hacerse eco de una expresión popular solemne y algunas veces picaresca de los altibajos del ser humano.

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Entendido como la constancia de un agradecimiento por un milagro, la manera en que el ex-voto resuelve plásticamente el mensaje hace que el texto que lo acompaña corra el riesgo de pasar a un segundo plano. De modo que, algunas veces, la información que se recibe por escrito, poco puede hacer frente a la competencia de una expresión plástica caracterizada por la ingenuidad típica de la imaginería popular mejicana y la escala desproporcionada de unos personajes que, con el fin de magnificar la noticia del bien recibido, se nos antoja como viñetas de un comic dedicado a Gulliver en el país de los Liliputienses.

Sobre los exvotos leo lo siguiente en mexicodesconocido.com. mx: «La producción de ex-votos pintados (exvoto: por promesa, designa al objeto ofrecido a la divinidad por un favor recibido) en México abarca cerca de 500 años. Sin embargo, este tipo de arte religioso atrajo el interés de grandes artistas como Gerardo Murillo Dr. Atl (1875-1964) y Roberto Montenegro (1885-1968), en la primera mitad del siglo XX como fuente inagotable de expresión popular y artística, y al mismo tiempo, como un acercamiento al espíritu religioso y tradicional que la motiva, denominador común de todos los pueblos de todas las épocas.»

Hijo de una tradición según la cual «el arte debe seducir la mirada a través de artificios como trampantojos y distorsiones, para desde ahí invitarnos a la reflexión», Gino nos dice que «su pintura se define por una técnica compleja que mezcla el collage de fotografías y/o materiales como el corcho o el césped artificial, con pintura acrílica y al óleo». Construyendo con todo ello escenarios para la emisión de una información que nos llega a través de imágenes, símbolos, superficies, espacios interiores y exteriores o, sobre todo, miradas de complicidad, amenazadoras, tímidas o inquietantes, la obra de Gino se debe leer como una invitación a perderse por los laberintos de una narración formalmente bidimensional y arraigada en una tradición que, desde la frontalidad del románico hasta el mundo surreal, apela a la emoción desde el contexto de una imagen tan clara y directa como sospechosa de albergar más que segundas intenciones.

Fiel a esta línea de trabajo y al lenguaje con que sondea los recovecos del ser, Ex-voto gira en torno a un enorme mural formado por ex-votos que el artista ha pedido a una lista de colaboradores imposible de reproducir por la de párrafos que nos ocuparía. Siguiendo el modo de proceder con que los ex-votos se producen en México, Gino le pidió a cada uno de los de la lista la realización de uno de ellos con la única condición de que, al igual que los mejicanos, tuvieran un texto relacionado a una imagen y no fueran demasiado grandes. Y a partir de ahí, les invitaba a interpretarlo a su manera. Partiendo de la variedad de perfiles a la que ha recurrido para solicitarles este presente, lo que configura este mural de corte orgánico, rizomático y de libre interpretación es de una variedad tan sumamente ecléctica que requiere más de un momento para ser consumida aunque sea de modo parcial.

Además de este mural/altar en el que el sentido del humor, la ironía, el sarcasmo, la sinceridad, lo cursi, lo obsceno, lo grosero, lo escatológico, lo bipolar y todo lo que se puedan imaginar se da de la mano con todo tipo de imaginería para entonar al unísono una inquietante oda a la imaginación, la exposición se complementa con ex-votos del propio Gino consistentes, básicamente, en añadirle textos tipo ex-voto a lo que vienen siendo sus obras habituales. Es decir, pinturas protagonizadas por personajes del entorno del artista caracterizadas por el uso de la fotografía en unos rostros capaces de azorar al público con sus expresiones y crear entre sus miradas diálogos turbadores.

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Como novedad frente a este tipo de obra tan habitual en Gino, hay en la exposición una serie de fotografías tuneadas que, directamente, son una verdadera maravilla. Se trata de un material extraído del cajón que el artista viene creando desde hace años para la confección de sus pinturas pero que aquí se muestra sin cortar, ligeramente alteradas y reconvertidas en obra per se, merced a la incorporación de un texto y su derivación en ex-voto.

Se trata en suma de una exposición para pasar el rato leyendo, fantaseando con las historias que emanan de cada creación, alucinando con la capacidad alegórica del personal y constatando que, aunque la adscripción de Gino a un estilo de obra tan propio y particular como repetitivo y aparentemente estático es tan obvio como que dos-más-dos-son-cuatro, nunca deja de sorprender, de provocar más de una sonrisa o, como en más de un caso en esta exposición, de hacernos reír a mandíbula batiente.

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Para dejarnos luego, helados, al ver que de una de las paredes emanan gotas de sangre que llegan hasta el suelo.

Y eso y lo de reírse, ahora mismo, no tiene precio.

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Eulàlia Valldosera. Palau de la Música Catalana, Barcelona

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Eulàlia Valldosera nació el mismo año que yo y junto a Montserrat Soto, Susy Gomez, Ana Laura Aláez, Marina Nuñez, Dora García, Bene Bergado, Ana Navarrete, Ana Prada, Begoña Montalbán y muchos otros,  forma parte del grupo de artistas que empezó a transitar por el arte hacia la misma época que yo -entre finales de los 80 y principios de los 90- y que, con mayor o menor fortuna, han conseguido resistir los envites de un sistema que ha pasado de dorarles la píldora a considerarles, en algunos casos, poco menos que un mueble fundamentando este cambio de persepectiva en excusas inverosímiles y sin caérsele la cara de vergüenza. Me refiero al sistema. En general. Porque chungo lo es un rato. En especial, cuando ya no eres joven y de lo que se trata es de valorar tu trabajo. Única y exclusivamente.

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Pues bien, años después de aquella época en que nadie te discute nada pero que-vete-preparando-porque-cuando-suceda-vas-a-flipar, Eulalia Valldosera muestra en el Foyer del Palau de la Música Catalana de Barcelona Botellas Interactivas (forever living products #3), 2008-2009 y, en su escenario, el vídeo Dependencia mutua, realizado en 2010 y programado para que se proyecte antes de los conciertos del Palau 100 de los días 4 y 9 de abril. Se trata de dos obras en las que la limpieza doméstica es elevada a la «condición de ritual» poniendo en evidencia la complejidad de sus códigos y sacando a relucir las lecturas sumergidas entre la toxicidad de sus productos, junto al polvo recogido en los trapos de limpieza, entre los brazos de un mocho, tras la cruda realidad de quienes viven de todo ello, a partir de la hipocresía de quien lo fomenta y, en definitiva, con la necesidad de no olvidar que la mierda que hay en casa somos nosotros quienes la generamos. Básicamente.

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En un ejercicio del tipo «si-la-montaña-no-va-a-mahoma / mahoma-va-a-la-montaña», lo que ha hecho Valldosera colocando sus botes de Fairy, Norit, Estrella, Neutrex, etc en el Foyer y, sobretodo, proyectando Dependencia Mutua -el video en el que la asistenta rumana y sin papeles de su galerista napolitana le saca el polvo a una estatua de mármol depositada en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles- antes de dos conciertos de uno de los programas que, con permiso del Liceu, agrupa a más burgueses por metro cuadrado de todo Barcelona, es intentar llamar la atención acerca de la realidad de un colectivo desprotegido, maltratado y anónimo. Pero no a cualquiera sino a quienes deben pensar que Dia, Lidl, Condi, Consum o Keysi son nombres comunes y no supermercados de donde salen los productos con los que se limpian sus excedentes corporales. ¿Y qué quien los limpia?, pues algunas de las asistentas que han embutido sus testimonios en los botes de limpieza que la artista ha dispuesto sobre una mesa para que, quien ose y lo desee, los levante, se los ponga en la oreja y escuche pacientemente lo que les tienen que decir.

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Aunque el día que fui al Foyer para ver esta propuesta de Eulalia estaba plagado de turistas y casi nadie reparaba en la zona cero con segurata donde se habían instalado los botes de limpieza para uso de potenciales consumidores, me imaginé la escena que se podía dar momentos antes de un concierto como los del Palau 100. Esos conciertos cuyo interés, además de centrarse en la indiscutible calidad del programa, son la excusa ideal para sacar, en invierno, esos abrigos de animal que durante el resto del año permanecen encerrados y conservados en formol. Ignoro si alguna de sus propietarias -o esposo- caería en la tentación de acercarse al oído un bote de Fayri. Si es así, puede que lo que escuche no le resulte muy agradable. Y, de ser así, puede que lo deje en la mesa como quien deja un anillo para lavarse las manos. En fin, que debe ser bonito presenciar este momento.

Si las intenciones y mensaje de esta propuesta son tan claras como lo que acabamos de decir hay algo que, a mí personalmente, no me permitió acceder al verdadero tufo de este asunto. Y es que todo, es decir, los botes, la zona cero, el segurata, el atril con una obra seriada y firmada de Valldosera, la pantalla de video instalada junto a la mesa con otra de sus obras y, aunque no lo pude ver, el pantallón tipo Viola instalado en el escenario del Palau amenizando la entrada de los próceres de la burguesía catalana a un acto de postín, se me antojó como demasiado limpio, aséptico, a medias tintas, entre-que-si-y-que-no, entre perverso y naïf y, sobre todo, liberado del contenido que tiene y que, en el fondo, es el que me transmitieron estas obras en sus apariciones en el Reina Sofía, la galería Joan Prats o donde quiera que se hayan expuesto. ¿Será que el peso del Modernismo resulta sumamente insufrible para la contemporaneidad?, ¿será que hay que ponerse serio para que se den las condiciones que exige la exhibición de una obra?, ¿será que no se aprende a decir que no?, ¿será que el artista debe seguir transigiendo?, ¿dónde está la responsabilidad del artista?

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Sin que se trate de una propuesta inolvidable pero sí la de una artista con una credibilidad y respeto conseguidos tras años de trabajo y resistencia en el laberinto del arte, tanto esta intervención en el Palau como su anterior para la felicitación de Navidad de la Fundació Joan Miró, se enmarcaría dentro del tipo de acciones que, a partir de cierto momento en la carrera de un artista, se suelen aceptar por muchas razones. Entre ellas, para mantener viva la llama de una presencia al margen del huracán donde lidia la emergencia artística para hacerse un lugar en el sistema del arte.

El mismo sistema que, años después, ni va a pestañear cuando los eche a patadas. Ley de vida.

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Carolina Bonfim, Balmes 88 (el último baile), Galería Cyan, Barcelona

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balmes 88 (el último baile), 2 de frederic montornes en Vimeo.

Hasta que no abra sus puertas como nueva sede de la galería Cyan, lo que había sido el club Balmes 88 -un antro del que, hasta ahora, sólo he oído vagos recuerdos e impresiones distorsionadas y psicotrópicas- será el espacio donde Carolina Bonfim despliegue su catálogo de movimientos en lo que será su último baile. No el de Carolina sino el que vea este espacio por el que hasta hace poco se había arrastrado lo mejor de cada casa y que el día de mañana seremos otros quienes lo pisemos.

Inaugurado junto a los otros espacios que este año se han sumado a Jugada a 3 Bandas, la propuesta de CarolinaBonfim consiste en un «encuentro individual de carácter performativo y cuestiona las relaciones interpersonales mediante el uso de tecnologías de comunicación». Aunque de esta frase que figura en el programa sólo entiendo que se trata de una performance en solitario -lo de tecnologías de comunicación con relaciones interpersonales ignoro por dónde va- lo que sí les puedo asegurar es que ver a Bonfim bailando en solitario al fondo de un espacio en vías de remodelación con cascotes por el suelo, cables arrancados asomando por la pared, una luz de esas de obra, cascos de paleta entre montañas de escombros, la música a toda leche, polvo y más polvo y tu, de pie en la calle, mirándolo todo sin poder entrar, tiene su qué. Y es que obligando al espectador a actuar de voyeur al tiempo que, absorta en su mundo, Carolina reconstruye los movimientos que, durante horas y de manera sistemática, ha ido vampirizando de quienes bailaron junto a ella sin reparar en su presencia, lo que le parezca a quien pase por allí sin saber qué está sucediendo, poco o nada tiene que ver con la sensación de aislamiento y soledad que emana del rostro de una maquinera a la que le da igual si la miras o no, si sabes de qué va o no, si quieres saberlo o no o si te jode no poder entrar y tener que seguir mirándotela desde detrás de una barrera. Al fin y al cabo ella piensa seguir repitiendo (se)  hasta la saciedad el discurso que viene hilvanando con frases escritas a partir del movimiento de los demás.

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Poner al espectador contra las cuerdas sometiéndolo a unas normas que, si las acepta, le van a permitir acceder a una propuesta de la que lo ignora prácticamente todo salvo, quizás, la naturaleza de quien la concibe, requiere una dosis de curiosidad que, si uno está dispuesto a metérsela, le puede provocar una retahíla de sensaciones frente a las que pocas veces se va a encontrar y que, de tan extrañas y sugerentes que pueden ser, o no querrá meterse otra dosis o, por el contrario, se volverá adicto a estas sensaciones. Es decir, justo lo que me ha sucedido a mí, tras haber asistido en dos ocasiones a sendas propuestas de Carolina  de las que salí sin saber qué decir, absolutamente noqueado, preguntándome qué diantres había pasado y no pudiendo olvidar la experiencia hasta el día de hoy. Lo que no deja de sorprender. Al menos a mí.

Que lo de Carolina no pasa por gritar, por llamar la atención, por querer figurar entre lo más cool, por someterse a los dictámenes del sistema del arte, por dar concesiones de cualquier tipo o por hacerle la pelota al personal, es algo que se ve a simple vista por cuanto que su presencia es tan invisible como lo fue siguiendo a quienes, como yo, sucumbimos ante Corazón 190 el pasado mes de noviembre y que ya comenté en este mismo blog.

Por lo dicho hasta aquí no se puede negar que, a mí personalmente, el trabajo de Carolina me interesa bastante y que el hecho de que, cada viernes y sábado esté bailando como una tecno choni maquinera hasta que Balmes 88 se convierta en Cyan, me seduce tanto que, por poco que pueda, pienso ir hasta allí para ejercer de voyeur y ver como es capaz de aguantar el tipo quien, durante los tres meses que está previsto que duren las obras, se va a encerrar en sí misma para seguir pasando de los demás.

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Que no es lo mismo actuar unos días aprovechando el entusiasmo de una inauguración colectiva que someterse a la disciplina de una convicción, sabiendo que la mayor parte del tiempo estarás más solo que la una, es algo que aunque se sepa vale la pena comprobar. No solo por la capacidad de resistencia de quien lo propone sino también de quien lo contempla hasta ver saciada su curiosidad.

Al fin y al cabo, de esto también se nutre el pensamiento que genera el arte.

Por supuesto, a unos más que a otros.

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balmes 88 (el último baile) de frederic montornes en Vimeo.

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Iceberg Z46 by Jordi Fulla & Jo Milne. Galeria Trama, Barcelona

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(Aviso: hasta el quinto y último intento no se opina sobre la exposición)

Ignoro si le ha pasado a alguien más, pero yo no recordaba cuándo fue la última vez que estuve en la Galería Trama de Barcelona. De lo que sí me acordaba, sin embargo, era que estaba en la calle Petritxol, que se encontraba a mano izquierda bajando en dirección hacia la Plaça del Pi, que el tipo de obra que exponía no era exactamente el que más me interesaba, que venía a ser como la sección joven de otra galería cuya obra tampoco me interesaba especialmente y que, por todo ello y que, desde hace años, prefiero otra chocolatería que las que se encuentran en esta calle, no había nada que me impulsara ni tan siquiera a transitarla. La calle, me refiero.

De modo que cuando fui para ver Iceberg Z46 de Jordi Fulla y Jo Milne, me perdí hasta el punto de sentirme como un idiota porque ¡mira-que-es-pequeña-esta-calle!. Pero al final lo conseguí y hallé la galería en la parte superior de la Sala Parés. Donde, por lo visto, lleva tiempo instalada… Y allí estaba la exposición.

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Primer intento: Iceberg Z46, es un proyecto expositivo de Jordi Fulla y Jo Milne. Que no un proyecto comisariado. De modo que no tardo demasiado en hacerme algunas preguntas muy simples. Cuestiones que me asaltan como quien no quiere la cosa: ¿no lo llaman comisariado porque, como ellos, son todavía muchos -en especial artistas/comisarios- quienes tienen una idea de esta profesión tanto o más confusa como lo es su propio ejercicio?, ¿será que el comisario es poco menos que un impresentable, un censor o un ser que está en el mundo para amargar la existencia a los artistas?, ¿será que está muy claro lo que significa el verbo comisariar?, ¿será que todos los comisarios y comisarias son iguales?…

En fin, que nunca deja de sorprenderme los problemas que genera una simple palabra. Porque al final, todo se reduce a esto.

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Segundo intento: Iceberg Z46 es un proyecto expositivo de Jordi Fulla y Jo Milne. Tal como dice la hoja de sala, el proyecto está compuesto de unos «trescientos elementos de los cerca de ochocientos que han recogido durante los últimos meses en las visitas efectuadas a los talleres de los artistas vinculados a Barcelona, con la pintura y el trabajo de taller como hilo conductor». Si la lista de los treinta artistas que visitaron se puede ver en los enlaces que se adjuntan al final de este texto, me gustaría decir que, entre los elementos seleccionados, se pueden ver algunos de Joaquim Chancho, Jack Davidson, Gonzalo Elvira, Gino Rubert, Sabine Finkenauer, Francesca Llopis, Regina Giménez, Rafel G. Bianchi, Xavier Grau, Charo Pradas, Miquel Mont, etc. Lo que no está nada mal. Ahora bien. Yo, porque estoy metido en esto del arte y sé más o menos de qué va la cosa, pero, ¿qué creen ustedes que puede pensar quien lea este párrafo sin tener ni papa del arte, su sector, sus problemas con las palabras y con los suyos propios?, ¿creen que es posible asociar la palabra elemento con algo hecho por un artista?, ¿creen que un artista hace elementos?… Francamente, yo no.

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Tercer intento: Iceberg Z46 es un proyecto expositivo de Jordi Fulla y Jo Milne a partir de la selección de unos elementos con los que quieren reivindicar el extraordinario potencial de una práctica que, como la pictórica, parece que está especialmente maltratada en la ciudad de Barcelona. Vamos, ¡como si no hubiera nada más en qué preocuparse que organizar una cruzada en contra de la pintura!. Yo creo que actualmente, tanto en Barcelona como en el resto del mundo, hay otro tipo de preocupaciones bastante más graves que merecen más atención. De modo que no creo que la situación de la pintura en esta ciudad deba figurar entre los factores a tener en cuenta a la hora de concebir una exposición. Y menos como la que estamos comentando.

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Cuarto intento: Iceberg Z46 es un proyecto expositivo de Jordi Fulla y Jo Milne a partir de la selección de unos elementos que, aunados entorno a la idea de iceberg a modo de metáfora, recrea lo que vendría a ser una suerte de «gabinete de curiosidades». Una estancia cubierta prácticamente en su totalidad por el material que seleccionaron del taller de unos artistas que accedieron a que se lo llevaran con el fin de exponer lo que nunca se ve y que, para los proyectistas, es el «material procesual que corre por los estudios». Es decir, esas notas, apuntes, fotografías, esquemas, frases, objetos, trozos-de-lo-que-sea, esbozos, referencias, animales disecados, piedras o lo que uno quiera y se pueda imaginar que, si tienen la fortuna de no haberse roto la crisma en su peculiar carrera por los estudios, puede que terminen convirtiéndose en lo que el público no dudaría en identificar como una obra de arte. Así de simple y llanamente.

Descontextualizando estos fragmentos-que-corren-por-circuitos-taller y otorgándoles la entidad de una obra que se expone en una galería, los proyectistas quieren que seamos conscientes de la importancia que tiene este material procesual y del modo de superar con creces lo que suele verse de un artista, es decir, nada importante: su obra terminada. Pues bien, en este punto también discrepo puesto que para glosar, exponer, visibilizar, evidenciar, frenar en su carrera y acercar al público lo que suele estar escondido de la vista de los desconocidos, no creo que se deba menospreciar una obra acabada ni sacar de quicio lo que es un apunte. Basta con que cada cosa sea vista como a uno le dé la gana y olvidarse de lo que, quizás, nadie se plantea viendo expuesto en una galería lo que suele vagar por un taller. Es más, si vaga por el taller es porque el artista lo quiere. Y si no, pues que lo saque. Y si no lo saca, pues que no le echen las culpas a nadie. Al fin y al cabo el taller es donde se guarece el artista para trabajar cuándo y cómo desea y cualquier parecido con las Ramblas un Domingo a las 12 del mediodía no deja de ser pura ficción.

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Quinto y último intento: Si no hubiera leído nada ni hubiera asistido a la charla/coloquio que Jordi Fulla dio el pasado sábado 29 de marzo por la mañana en la galería, diría que Iceberg Z46 es una exposición sumamente exquisita, comisariada por dos artistas de la galería, trabajada con una sensibilidad y rigor al margen de toda duda, formada por cerca de trescientos esbozos o material de trabajo procedentes del taller de treinta pintores, dispuestos y encajados en la galería como, posiblemente, serían pocos quienes conseguirían hacerlo con tan buenos resultados, que vista la exposición en conjunto sería, en sí misma, una obra de arte, que la idea de trabajo de taller queda perfectamente explicada, intuida, esbozada, dignificada y clarificada y que lo único que puedo hacer es felicitar sinceramente a Jordi y Jo por el trabajo que han hecho así como al galerista por haber apostado por algo semejante. Pero la cosa no acaba aquí: con motivo de la exposición se ha editado un catálogo que es una verdadera maravilla y, además, a un precio muy asequible, 10€. Cada artista tiene una página y en ella ha puesto lo que mejor le parecía, por lo general, imágenes del taller, ese fantástico lugar por el «que corren los elementos». Y además de todo eso, se ha hecho una página web con información detallada de lo expuesto y que constituye en sí misma otra joya a tener en cuenta. Se trata, en consecuencia, de un trabajo digno de reconocer y por el que estar, no sólo orgulloso, sino entusiasmado, pletórico y de subidón-subidón. De modo que, ¿qué mejor que dejarse estar de reivindicaciones que no vienen al caso, rencores insanos, fantasmas inevitables y disfrutar con todas las de la ley del trabajo que se ha hecho?, ¿está mal visto reconocer la valía de un trabajo?, ¿nos da vergüenza?, ¿por qué?.

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En su charla del sábado, Jordi Fulla, tras el repaso que hizo del panorama artístico/pictórico de la ciudad de Barcelona en clave, no pesimista, sino apocalíptica, dijo algo que me hizo perder los nervios. (Es un decir, se entiende). Y es que debemos cambiar el sistema. Pues bien, más que cambiar el sistema yo creo que lo que hay que cambiar es la actitud de cada uno de nosotros. Y eso pasa, por ejemplo, por reconocer lo bueno y lo malo que se hace, por no echarle la culpa a los demás de nuestras desgracias, por hacer nuestro trabajo de la mejor manera posible, por ser responsables de nuestros actos, por ser capaz de decidir, por ser consecuente con estas decisiones y mirar hacia adelante en lugar de lamentarse por lo que no ocurrió en el pasado. No quiero decir con ello que nos debamos convertir en Heidi sino de intentar sacar de uno mismo lo mejor que tengamos. Y eso, que es de un perogrullo que asusta, sí que puede producir algún efecto, algún cambio. Cuando menos en nosotros mismos. Es decir, en el primer peldaño de ese sistema en el que si estamos es porque nos da la gana. Porque nadie nos obliga a estar en él.

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No quisiera que lo que acabo de decir se interpretara como un ataque a los comisarios de la exposición. Nada más lejos de mi intención. De verdad. Admiro sinceramente el trabajo que han hecho, los he felicitado por ello y creo, además, que estaría muy bien que más de uno/a se pasara a verla para captar la esencia de más de una cosa. Ahora bien, de lo que sí estoy absolutamente en contra es de las actitudes negativas. Y no porque crea que estamos en un jardín de rosas sino porque si ni nosotros mismos somos capaces de ver lo bueno e interesante que hay en lo que hacemos -y les juro que hay-, ¿quién creemos que somos para echarle el muerto a los demás?, ¿esperamos que nos tomen en serio?, ¿esperamos que nos salven de nuestra desgracia?, ¿quién?, ¿tan desgraciados somos?…

En fin, que cuando una exposición es buena vale la pena decirlo, disfrutarla, dejarse llevar, olvidarse de malos rollos, olvidarse de las «numerosas deficiencias sistemáticas», dejar de pensar en caídas al vacío y, sobre todo, hacer lo posible por ir a verla otra vez.

Yo, por si acaso, ya lo he hecho en tres ocasiones.

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