David Mutiloa. It’s hard to find a good lamp. García Galería, Madrid

 

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No fue hasta el pasado mes de abril cuando tuve la oportunidad de ver por primera vez y en directo lo que hasta entonces no conocía más que a través de un dossier que había presentado para una cuestión que ahora no viene al caso. Recuerdo que a través de las palabras con que se expresaba, apenas consiguió despertar mi interés. Porque partiendo de un discurso que me resultaba en exceso críptico e ininteligible, no entendí como podía acabar materializándose del modo en que lo hacía ni tampoco la relación que existía con quien estaba atrapado en aquella aventura. Es decir, con el artífice. El problema, quizá, era mío. Como casi siempre suele ser así. En especial, con los artistas jóvenes y no con los consagrados o los artistas que te quedan demasiado lejos o aquellos de los que se ha escrito mucha literatura, crítica y demás. Se debe partir de la base de que el artista sabe muy qué hace y porqué y tú, como espectador más o menos enterado, se supone que tienes el deber profesional de entenderlo, captarlo o, como mínimo, hacer como si lo hubieras entendido o captado. De lo contrario, o se te mira mal, o si eres respetado, amigo o muy amigo de un amigo del artista, se te cuenta la historia -de la obra en cuestión o del porqué del artista en tanto que tal- en unos términos que, por lo general, tampoco ayudan mucho a acabar de entenderse. Pero al menos has tenido un cambio de impresiones, os habéis visto y se ha roto el hielo. Y si la cosa va bien, quizás te veas una segunda vez y una tercera y hasta una cuarta y será entonces cuando, poco a poco, empezarás a entender algo. Aunque lo que esté pasando, en realidad, es que os estáis conociendo un poco más y eso sí que ayuda y bastante. Porque cuando se hallan puntos en común -esas conexiones que siempre las hay- es cuando se empieza a compartir y a crearse esa suerte de situación en la que, hablándose de tú a tú, te empiezas a dar cuenta de que sobran las palabras. Eso que, a veces, es tan difícil de utilizar para explicar lo que uno hace. En fin, que como el caso que nos ocupa, necesitaba unas asaderas, algo a lo que agarrarme, una pista. Porque las palabras no me ayudaron lo suficiente.

Cuando el pasado mes de abril fui al Centre Cívic Can Felipa de Barcelona, para ver la exposición tutorizada por Pedro Vicente y titulada Qué hay de nuevo, viejo!, fui, en buena medida, para ver algo de David Mutiloa (Pamplona, 1979), el artista del que estamos hablando y por el que, en el párrafo anterior, creo que se me ha ido un poco la olla. Junto a Lúa Coderch e Ignasi Prat, Martin Llavaneras, Anna Moreno, Clàudia Pagès y Martín Vitaliti, David Mutiloa fue incluido en la exposición por pertenecer a esa suerte de artistas que, “desde principios de los años noventa, interpretan, reproducen, representan, transforman, exponen o utilizan obras ya realizadas por otros creadores”. Según la tesis de esta exposición, al dar una segunda vida a la obra a través de la repetición o incorporación de una obra por parte de otro artista –y por lo tanto, alterándola por completo- no sólo se ponía en cuestión las nociones de originalidad, autenticidad y autoría sino que se creaba un “nuevo paisaje artístico, constructor de nuevas realidades y catalizador de otras maneras de ver, entender y producir” aquellas obras primigenias. De modo que lo que unía a los artistas de aquella exposición era su revisitación más o menos directa a “los hechos y obras que les habían precedido para hacernos reflexionar sobre la relación entre el productor y el consumidor”.

La participación de Mutiloa en esta exposición consistía en una estructura modular construida a base de barras de metal cromadas y coloreadas articuladas creando una trama en cuyo interior se disponían lo que propiamente eran sus obras. De modo que, al tiempo que nos informaba sobre algunas de las líneas de investigación que llevaba a cabo, también nos estaba diciendo cómo lo debíamos ver, digerir, consumir. Debo confesar que la extrañeza de aquel ente de metal adaptándose al espacio, no facilitó mi acceso al discurso de la obra en sí. Me parecía tan raro, distinto, indescriptible y a la vez tan sumamente magnético, atrayente, valiente e intrigante que creí que lo que había en su interior si no estuviera allí tampoco pasaría nada. En realidad poco o nada me aportaba a lo que verdaderamente me había cegado.

Tras esta visita a Can Felipa empecé a tener claro que lo de Mutiloa venía de lejos y que sus referentes había que buscarlos en el baúl del diseño industrial, el arte, la arquitectura, el diseño gráfico, etc… Y, más concretamente, de todo cuanto en su empeño por amenizarnos la vida con ayuda de la estética, no siempre consiguieron su fin o fracasaron estrepitosamente. A partir de esa aproximación, lo que para mi no había sido más que espesor en el discurso de Mutiloa, se me antojó como más llevadero. Pero todavía más desde el momento en que pude establecer ciertas conexiones con la obra de otros artistas que, en una línea parecida pero desde otro prisma, también se fijaban en el pasado para cuestionar el presente. En especial, David Maljkovic (Rijeka, Croacia, 1973) o Leonor Antunes (Lisboa, 1972), dos artistas que, como Mutiloa, también nacieron en los 70. Pero esto debe ser circunstancial. O no.

Además de para ver a mis amigos, la exposición Historias Naturales del Prado, Mirar (otro lado) de Ignasi Aballí en Elba Benítez, algún que otro outlet navideño y sobretodo oxigenarme, otro de los motivos por los que fui a Madrid hace un par de semanas fue para ver It’s hard to find a good lamp, la exposición de David Mutiloa en García Galería titulada de este modo por “una cita del ensayo de Donald Judd de 1993 en el que teoriza sobre las diferencias entre su trabajo como diseñador de mobiliario y como artista”. Toda una declaración de intenciones. Debo decir que, antes de ver la exposición ya había visto el reportaje que había hecho Roberto Ruiz, artista y buen fotógrafo de artistas y galerías. Un reportaje que no sólo me llamó poderosamente la atención sino que me impulsó a programar lo que, al cabo de unos días, se haría realidad.

Y fue entrar en la galería y quedarme con la boca abierta. Si no, pregúntenselo a su propietario. Porque no sólo me reencontré con otra versión mutada de aquel A good dislay, 2013 que ya había visto en Can Felipa sino que, por la nueva forma que había adquirido, me resultó mucho más apropiada para cumplir la función por la que había sido concebida, es decir, la de contenedor, display, mueble expositor o como le quieran llamar. Pero no sólo eso. Al haber transformado en una más que eficaz y escultórica forma cúbica cuyo interior quedaba reservado a la anulación de uno de los muros de la galería y a la distribución inteligente del resto de las obras de Mutiloa, el discurso sobre el fracaso al que apelaba su obra, se veía sumamente reforzado, enriquecido y con un sentido bastante más ajustado.

Y fue a partir de ahí cuando, pese a no haber sabido cómo acercarme a la obra de Mutiloa más que dejándome envolver por aquella estructura modular, empecé a apreciar el desarrollo que llevaba a cabo en pro de la “descomposición del valor simbólico del diseño desde una perspectiva crítica que va mas allá de la exclusividad del hecho artístico” y el “análisis de la importancia de la economía de mercado, su rol como reflejo de la situación política en un momento histórico determinado o el papel de la sociedad dentro de la industria cultural”. Según reza la nota que se le da al visitante de la exposición, para llevar a cabo esta investigación y dirigirla hacia su terreno, Mutiloa desarrolla su trabajo “partiendo de una base documental que incluye en muchas ocasiones la utilización de fotografías y publicaciones encontradas. La incorporación de referencias visuales históricas concretas aporta además el capital visual y estético que termina de enriquecer la obra con multitud de referencias entrecruzadas. El conjunto resultante hace que la obra trascienda la singularidad individual para erigirse en un caso de estudio que permita repensar el momento actual”. De forma que lo que vemos ha sido seleccionado por su capacidad de cuestionar la eficacia de aquello por lo que fue concebido.

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Sea lo que sea, lo cierto es que, en tanto que escultura modulada para albergar en su interior la multiplicidad de vías, miradas, conexiones, vínculos estéticos y conceptuales, afinidades, contrastes y las mil y una caras de una complejidad discursiva hilvanada, en cierta medida, entorno al fracaso de los proyectos utópicos, esta propuesta es un gran acierto por cuanto que es capaz de hacer del error una glosa en toda regla a la idealización de la sociedad más que de su cruda realidad. Algo que, tarde o temprano, acaba pasando factura.

Partiendo de referentes tan precisos como propios del interés de Mutiloa por el Diseño Industrial y el arte, el interior de la nave nodriza que este artista ha creado para la exposición le sirve para entrelazar y relacionar una serie de obras concebidas entorno a la perversión de los significados. Tal es el caso de la Do-Nothing Machine, 2012, diseñada por Charles Eames a finales de los 50’s aunque nunca serializada; la Superstudio reloaded (or Superstudio after Pancaldi after Superstudio), 2012, a través de la particular revisitación de la marca de zapatos Pancaldi en los 80’s al proyecto del equipo radical de diseño y arquitectura Superstudio de la Italia de los 60’-70’s; los seis elementos de A sneak preview, 2013, combinando las peculiaridades de la industria del automóvil de mediados de los 60’s con las pabellones en construcción para la New York World’s Fair de 1964-65; Hector y Marcus de 2013, utilizados como soporte para otras piezas y realizados a partir de diseños de Ettore Sottsass y Marco Zanini, etc…; o, entre otras, Untitled, 2013 una obra de acero galvanizado concebido a partir de una obra de Donald Judd, el padre de la criatura.

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Me alegro de no haber sucumbido en mi intento por entender qué había detrás del trabajo de este “artista de producción estética excelente”, como lo califica con admiración una amiga mía crítica de arte y comisaria de exposiciones. Es más, sabiendo que todavía me queda mucho por recorrer,  lo seguiré intentando porque la intriga me corroe. Y esto, hoy en día, es muy difícil de conseguir.

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