19 de enero de 2014: antes de ver la exposición
A menudo me pregunto sobre la eficacia, finalidad y función de las campañas de promoción. Concretamente de las que, con mayor o menor fortuna y/o inteligencia, se conciben para la consecución de un fin, sobre todo, a corto plazo: sacar el máximo de partido a lo que sea antes de que nos demos cuenta de que no hay para tanto, rentabilizar un producto, llenar la sala de un concierto, agotar las existencias de una línea de cosmética, crear expectativas, conseguir que se promocione lo que se promociona, hacer que corra la voz… en suma, conseguir que se entere todo el mundo y que llegue ese momento en el que te sientas como un verdadero idiota por no haber visto la película con que se te ha perforado el cerebro, comprado esas super gangas previas al cierre de cierta tienda, asistido al concierto de esta figura incuestionable de la electrónica estratosférica, leído el libro de ese autor del que nunca has oído hablar pero que, por si no lo sabes, resulta que no eres nada si sigues sin hacerlo, comido en tal restaurante regentado por el hermano de ese mesías del mundo arte, asistido a la representación de esa compañía de danza que ha roto tanto los esquemas que, ahora mismo, le faltan días en su agenda, haberte bajado y estar usando tal aplicación, estar siguiendo cierta serie de televisión…, en fin, que me pregunto porqué nos tienen que obligar a consumir en lugar de dejarnos en paz y ser nosotros quienes hagamos lo que nos salga de donde ya saben y, sobretodo, cuando queramos, como queramos y por las razones que sean.
Estando yo así -es decir, a punto de sucumbir frente a la fuerza centrífuga de una reflexión desenfrenada- entró en mi muro de facebook otra noticia relacionada con la exposición de la médium y artista Josefa Tolrà (Cabrils, Barcelona, 1880-1959), alias Pepeta, en Can Palauet de Mataró. Si no me equivoco, creo que sería la enésima.
Nunca antes había oído hablar de Josefa Tolrà, Pepeta en la intimidad. Pero les puedo jurar que después de la campaña de acoso y derribo por tierra, mar y aire puesta en marcha por los responsables de su exposición en Mataró, amén de las voces que la han promocionado tanto en la prensa escrita como audiovisual así como a través de la variedad de plataformas que, desde facebook y otras vías ínternáuticas, se han dedicado a glosar, comentar, recomendar, manifestar públicamente su flipe, comentar la destreza de esta mujer con el dibujo, hablar de sus famosas amistades, anunciar las apariciones de la exposición en televisión, suplementos de periódicos o recoger en el blog que se ha creado ex profeso, las opiniones acerca de ese pozo sin fondo por parte de expertos en arte, videncia, espiritismo, etc…, jamás olvidaré este nombre mientras viva y, quien sabe, si después de muerto. Y es que desde octubre de 2013 hasta ahora mismo, el goteo de información que me ha llegado sobre la vida, deriva y obra de esta mujer sin parangón, no sólo no me ha dejado respirar sino que hasta incluso me ha inducido a hacer lo que intento que nunca pase antes de ver una exposición: leer algo acerca de lo que todavía no he visto. Pero no sólo esto: de pensar que quizás iría a verla pasé a pensar que quizás si y ahora –es decir, en el momento en que escribo esto- resulta que no encuentro un hueco en mi agenda para poder desplazarme hasta Mataró para sucumbir, sin aliento, frente a lo que, sin duda, cambiará mi vida. Lo se, se me ha parado el cerebro, pero es que vivo sin vivir en mi. Completamente estresado por una mujer a la que, además, desconozco. Y eso ya es demasiado.
De modo que, para equilibrar sin dilación este estado mental en el que me encuentro, he tirado la agenda por la ventana y he decidido que el miércoles de esta semana iré a Mataró para ver la exposición y escribir una crónica que, posiblemente, será la número 350. Porque la cosa va in crescendo.
22 de enero de 2014: después de ver la exposición
Pese a que el día ha sido frío, lluvioso y gris, hoy miércoles he ido a Mataró para ver la exposición de Josefa Tolrà en Can Palauet.
Al llegar a la sala, mi primera impresión ha sido buena porque han sido varios los aspectos que me han llamado la atención. Quiero decir que lo que he visto me ha parecido un trabajo curioso, cuidado, de trazo infantil a la par que torturado, variado en su temática, obsesivo en el detalle, de reminiscencias románicas, haciendo apología de la frontalidad, sobre todo figurativo, muy colorido, ecléctico, expresivamente arcaico, realizado sin sosiego, combinando técnicas pictóricas, cegado por ojos que nos observan, elaborado sobre la base de formas orgánicas, ajeno a los ángulos y las rectas, surgido de no se sabe qué necesidad y tan prolífico como monótono. Porque pese a que predomina una importante diversidad de elementos, hay algo en la obra de Pepeta directamente relacionado con el cansancio que, a mí personalmente, me provoca un estilo al que me remite: la pintura naïf. Es decir, que me cansa al cuarto cuadro. Si no al tercero.
Por bien que la obra de Pepeta quizás no se deba incluir en esta categoría, hay algo en ella cuyo recuerdo con lo naif se me antoja al margen de toda duda. Y esta similitud es lo que nos acompaña antes de que aparezca, en su obra, la madre del cordero, es decir, lo que hace que su obra tenga cierto interés, la razón por la que se le consagra esta exposición, aquello por lo que la tuvo en la Sala Gaspar en 1956, aquello por lo que fue puesta en circulación por Alexandre Cirici-Pellicer, aquello por lo que la adoraban los miembros de Dau al Set tan “amantes de los mundos sutiles”, aquello por lo que obnubiló a Joan Brossa, Moisés Villèlia, Maria Dolors Orriols, Enrique Modolell, el dibujante Manuel Cuyàs, etc, es decir, esa manera tan particular de gestionar “una energía psíquica excepcional como médium y artista” o esa capacidad para entender el dibujo en tanto que catarsis plástica extraordinaria. En suma, aquello por lo que su dibujo responde tan bien al calificativo de fuerza fluídica.
Que se nos diga que Pepeta dibujaba y escribía sin presión estética ni literaria y que todo lo que creaba lo hacía en estado de trance y sin ser capaz de dar ninguna explicación racional, refuerza la creencia de que el interés por la obra de esta mujer desconocida en el arte hasta su descubrimiento a mediados de los años 50 por parte de la gente de la asociación cultural Club 49 y el crítico de arte Alexandre Cirici, sólo pueda ser debido al hecho de que procede de un registro ubicado al margen del resto de los mortales. Es decir, más allá del bien y del mal. De modo que, además del interés de una labor entendida como terapia –se nos dice que dibujaba para paliar la pena por la muerte de sus dos hijos-, como “antídoto contra el orden racional para superar el dolor existencial” o como fruto de una inspiración extrasensorial, lo que hace que se fijaran y que ahora nos fijemos en su obra se debe a su capacidad de hacer, actuar y ser en tanto que mediadora de los dictados de los seres espirituales. Es decir, lo que hoy se conocería como una freaky, una iluminada, una alienada o cualquier concepto de semejante calibre. Algo que no digo con sorna ni menosprecio puesto que creo que este tipo de aportaciones y seres son extremadamente necesarios para saber donde estamos -los demás-, para entender hacia donde vamos, para conocernos un poco más y para que aflore lo que nunca decimos al vernos situados frente a cualquier cosa que no sabemos cómo gestionar. En este caso, la desmedida obra de una payesa visionaria que se sentía como una hermana cuya misión consistía en trabajar el dibujo y también escribir con transmisión de pensamiento. Y es justamente desde este dictado desde el que se debe entender una afición a viajar a través del tiempo y el espacio entre el Congo y una goleta, César Augusto y la Santa Cena, una sardana y seres de luz, figuras transparentes y seres astrales, diosas de fuego y Mosén Cinto Verdaguer, príncipes medievales y Rembrandt, Leonardo de Vinci y Jesús, en fin, toda una miríada de personajes, objetos, animales, plantas, paisajes y texto dispuestos sin jerarquía en el armario mental de una mujer que nunca salió de su pueblo y que, físicamente, se parece a esa abuela que todos hemos visto sentada en una silla de madera frente a la puerta de su casa en cualquier pueblo perdido. Y es que nada hay más cierto que las apariencias engañan.
Pese a que por el tono utilizado para referirme a Pepeta y a la exposición Josefa Tolrà, Dibujo fuerza fluídica, se pueda deducir una más que incierta necesidad de triturarla, quisiera apuntar que la labor de recopilación, montaje, difusión y propagación del aura de Pepeta realizado por la comisaria de la muestra -o sea, Pilar Bonet- no sólo me parece admirable, descomunal y realmente interesante sino que también sumamente necesaria por cuanto que, al menos a los del medio artístico, nos sitúa frente a la tesitura de tener que aproximarnos a la obra de un outsider desde unos parámetros desconocidos –una patología mental, una discapacidad, una virtud sobrenatural, un don extrasensorial, una capacidad visionaria, etc…- entre cuyas fauces nos solemos ahogar. Algo que siempre es interesante y que está muy bien y que me recuerda a lo que, a escala planetaria, proponía Massimiliano Gioni en su Palazzo Enciclopedico presentado en la recién clausurada Bienal de Venecia. Un proyecto que, si a algunos les encantó, a otros les pareció tan impactante e interesante como injustificado e innecesario, fruto de un farol o síntoma de la falta de un discurso lo suficientemente sólido como para hablar desde el arte, para el arte y por el arte. Es decir, otro punto desde el que cuestionar aquello sobre lo que no paramos de dar vueltas y vueltas. Exactamente como la tierra alrededor del sol.
¿Quién dice que lo vemos, juzgamos, concluimos y aceptamos los sois-disant normales es lo que debe ser?, ¿Quién dice que lo que no sabemos cómo encajar nos puede aportar lo que necesitamos para completarnos? No tengo ni la más remota idea. Pero lo que sí sospecho es que el tipo de trabajos como el Pepeta son cada vez más necesarios no tanto para encumbrar a quien los realiza sin ser consciente de ello como para contextualizar la obra y labor de quienes sí lo son y se ven impelidos a seguir trabajando en el arte con todas sus limitaciones, dudas, miedos y certezas.
Antes de terminar, sólo un apunte en relación a lo dicho al inicio de este texto: la campaña promocional de esta exposición, en mi sí que ha surtido efecto. Por ello he ido a verla. Por ello he escrito. Eso sí, de manera absolutamente consciente.