13 de mayo de 2014:
Acabo de llegar de ZumZeig donde hoy se ha presentado Le quatrième mur, el proyecto más reciente de Pol González (Barcelona, 1982) y, a la sazón, ganador del Premi Miquel Casablancas 2013 en la modalidad de proyectos. ¿Y quieren que les diga una cosa?: todavía estoy flipando. Por eso he empezado a escribir. Sin ni tan siquiera cenar.
Lo único que sabía de esta película era por el teaser que había visto. En él, una voz en off en francés subtitulada en español y sobre fondo negro, hablaba suavemente como si estuviera junto a mi oreja. Y al final de sus palabras, una imagen tranquila, serena: la de un mar rompiendo sus olas sobre una orilla rocosa. Suavemente. Con su sonido en la distancia. Me pareció que podía ser el Cap de Creus. Por ello -es decir, por lo del mar y su sonido- se me antojó que me iba a gustar. No sé, había algo de apocalíptico en él que me llamaba poderosamente la atención. También su ritmo, su voz, su imagen. Pero eso sí: sin drama, sin sangre, sin violencia. Sólo como un vago recuerdo, una cierta nostalgia, una idea.
Formado en la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña (ESCAC) en Terrasa, Pol González es director de fotografía, realizador independiente y, aunque a él le cueste decirlo, un buen artista. Como tal expuso en la Capella hace un par de años después de haber recibido una beca de BCN Producció y este mes de mayo lo hará en la Galería Louis Veintiuno de Madrid. Leo en alguna parte que «como guionista y director de varios cortometrajes de ficción, ha desarrollado un estilo visual preciso y austero. Sus historias se centran en la incomunicación y los conflictos latentes en las relaciones humanas». Articulando su obra entorno al dispositivo cinematográfico y al lenguaje cinematográfico como campo de acción y reflexión, una de las características de la obra de Pol radica en su capacidad de evocar la idea de un film gracias a la sugestión de sus imágenes en movimiento, la cultura audiovisual del espectador y los mecanismos de construcción del relato. Tres ingredientes más que suficientes para generar el suceso cinematográfico o la historia que nos quiere contar… o, cuanto menos, la idea de esta historia.
Aunque no la había visto en su momento, sabía que Kentia, había sido su película anterior y que, entre septiembre y octubre de 2012, había sido presentada en la Capella en el marco de su proyecto Primer plano de ella gritando. La particularidad principal de esta obra radicaba en la no aparición en escena de ningún actor de modo que era el espectador quien debía dar forma a un personaje a partir de los subtítulos que aparecían. Porque él estaba ausente. Dibujando el contexto de la acción a partir de la palabra escrita, se podía decir que la vida de los personajes era puramente subjetiva, distinta para cada espectador y con una narración que no se correspondía en nada a ninguna imagen mental prefijada. Y tampoco era la película. Porque no era más que su idea.
Para saber algo más de Pol, chequeé su blog y vi La crevasse, La posibilidad de un bosque #2, Morning ride, Los hermanos… Y se confirmó mi atracción por sus movimientos de cámara, sus paseos a través de la imagen, la profundidad de sus texturas, sus luces, la sustitución de imágenes por indicaciones, la idea de una imagen, la forma de relacionarnos con ella, su sentido de la narración cinematográfica, la apología de la imagen mental, la incomunicación, los conflictos en las relaciones humanas, la detención del tiempo justo antes de que ocurra algo… Su habilidad de rodar sin actores pero sí con personajes. En suma, la construcción de emociones a través de la imagen, a través de la mirada. Es decir, allí donde reside el cine.
27 de mayo de 2014
Hace dos días llegué de Madrid. Aunque fui para una reunión, me quedé el fin de semana para ver exposiciones. Siempre da gusto hacerlo en contextos distintos al que uno está acostumbrado. Es como si las cosas entraran de otro modo. No sé, como más limpias, sin tanto ruido, de un modo más sano, desprejuiciado, directo y sin compromisos. En fin, un lujo. Algo que hay que saber dosificar.
El sábado hubo inauguración conjunta en calle Doctor Fourquet y entre las exposiciones que quería ver, además de la de Luz Broto en García Galería y Lúa Coderch en Bacelos (ambas dignas de reseña y mención pero-yo-me-quedo-aquí-aunque-no-sea-por-falta-de-ganas), estaba la de Pol González en Louis Veintiuno. Y en ella sólo exponía una obra: su película «le quatrième mur».
A diferencia de la exposición de Lois Patiño en la New Gallery en la que, complicándose la vida hasta decir basta, el artista tira de un hilo demasiado fino para decir lo que, con menos de la mitad de lo que muestra, hubiera sido más que suficiente para seguir pensando que es un gran artista, Pol González ha optado por la honestidad, la contención y la transformación de la galería en una suerte de cine en miniatura. Teniendo en cuenta que lo que se debía ver no era otra cosa que su película, transforma la primera sala de la galería en un espacio blanco y, lo que era la oficina, en algo parecido a una sala de proyección. La razón: colocar en la primera sala un cartel de la película y una cita de Diderot grabada en vinilo sobre la pared -«Imaginez sur le bord du théâtre un grand mur qui vous sépare du parterre; jouez comme si la toile ne se levait pas»- y, en la sala de dentro, la película y dos sillas.
Aunque no voy a ser yo quien diga más ni mejor que lo que ha escrito Andrés Hispano en la hoja de sala de la exposición -ni soy tan ducho en lenguaje cinematográfico ni en referentes audiovisuales ni en cultura de la contemporaneidad ni en la acumulación de datos interesantes- diré que la propuesta de Pol Gonzalez me parece absolutamente acertada para acercarnos a lo que nos quiere contar: la historia de una película que no llegó a rodarse y de la que el artista tiene noticias a partir de una entrevista realizada a su director, Olivier Giroud. Colmada de espacios en negro, narrada en francés por una aterciopelada voz de hombre y caracterizada por un más que sutil carácter absorbente, envolvente, misterioso y tan fluctuante como las olas de un mediterráneo que nos acompaña en todo momento, le quatriéme mur es la coartada perfecta para informar al espectador acerca de la necesidad de participar en la película como hace Pol, el artista, o Giroud, el director de la película. En consecuencia, más que una narración lineal, de observación pasiva o, como dice Hispano, próximo a lo que sería un lienzo, lo que propone Pol a quien observa desde la cuarta pared es una secuencia de imágenes especulares capaz de remitir al espectador a la particularidad de una experiencia artística fundamentada en la subjetividad y en la capacidad de enriquecer el relato tanto a partir del punto en que la pantalla presenta vaguedades como de la ilusión que es capaz de generar. De lo que se puede deducir que la tarea de Pol, además de rodar lo proyectado por Olivier Giroud, consiste en conseguir que sea la acción del espectador quien le dé al resultado el significado que quiera.
Cada uno el suyo. Distinto del de al lado.
Y sin embargo, igual de válido.
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