De no haber sido por Jo Milne, una de las dos cabezas pensantes de Iceberg Z46 -exposición de la que, hace un tiempo, ya hablamos desde esta plataforma- todavía no me habría enterado de que en Japón existía una técnica de impresión conocida como gyotaku. Según wikipedia, se trata de un método artístico tradicional japonés nacido a mediados de 1800 y usado por los pescadores para tener una prueba de sus mejores capturas, algo que, con el tiempo, también derivaría en una forma de arte. También dice wikipedia que, a diferencia de otros métodos de impresión más industrializados en los que se crean imágenes idénticas, el método directo del gyotaku produce imágenes únicas denominados monotipos.
No sé si será por los pescadores, los monotipos o porque el título de la exposición sugiere la posibilidad de capturar el alma de los peces, pero el caso es que, al día siguiente de haber leído el post de Jo, fui a ver la exposición en el Museu Marítim de Barcelona, un lugar al que, por cierto, vale la pena ir regresando porque, en cuatro palabras, es una verdadera ma-ra-vi-lla.
Superado el trance de verme acogido por la arquitectura de este espacio verdaderamente sin igual, me dirigí sin demora al espacio donde, según me informaron, se había instalado la exposición. Y al verla, desde lejos, me quedé realmente impresionado. A diferencia de la percepción que había tenido viendo el link que pasó Jo, las dimensiones de la instalación sobrepasaban lo imaginable. Tanto desde el punto de vista de su formalización como de su equilibrio, ubicación en el espacio, del recuerdo a esas sábanas que cuelgan de los tendederos que se ven desde las calles, de los secaderos de bacalao del norte… en fin, de cualquier cosa que me pudiera imaginar. Y lo más curioso de la cuestión es que, sin pertenecer exactamente a ese tipo de obra a la que, por formación, deformación, vicio, tendencia, inercia o lo que sea, me inclino a considerar como la que más se identifica con mi modo de pensar, de ver y de entender el mundo, me vi atrapado entre sus redes sin ser consciente del tiempo que pasaba. Por lo que llegué a la conclusión de que, independientemente de cualquier lectura, se trata de un trabajo muy bien hecho, de un trabajo que se nota que está pensado, de un trabajo que se ha hecho con amor -y ruego me perdonen semejante alarde de cursilerismo- y de un trabajo con el que, por las razones que sean, es difícil toparse sin que alguien te avise.
La autora de esta exposición titulada Gyotaku: capturar l’ànima dels peixos, es Victòria Rabal, artista, directora del Museu Molí Paperer de Capellades desde 1982 y, durante mucho tiempo, recopiladora por mercados de Barcelona, Catania, Estados Unidos, Argentina y México de las más de 70 especies diferentes de peces y moluscos de las que se ha valido para realizar esta muestra. Realizadas con tinta china sobre papel oriental de fibra de ganpi y mitsumata y hecho a mano por maestros papeleros de la ciudad de Aoya, Japón, las cerca de 300 impresiones de 74 x 142 cm que Rabal ha dispuesto a la manera de sábanas colgando de tendederos y a distintas alturas, son una suerte de invitación a dejar que el tiempo vuele mientras vemos sobre el papel el trazo de la ausencia de unos peces muertos. O sea, su alma.
Formada por las palabras gyo (pez) y taku (frotar), de forma que la palabra gyotaku se podría traducir como impresión de peces, se dice en el panel informativo de la sala que, si el ejemplar más antiguo de gyotaku que se conoce es El carpín de Kinshi, de 1839 y en conservación en el Archivo Histórico Regional de Tsuruoka, el más conocido es el de una carpa capturada en 1957 en el rio Mogami y actualmente en conservación en el Museo de Arte Homma, en la región de Sakata. Por su parte, cuenta Joan Fontcuberta en El beso de Judas. Fotografía y Verdad– artículo en Cartografías Urbanas. Ed. G.Gili, Barcelona, 1997- que una vez hecha la impresión de los peces, «los pescadores solo se permiten el retoque de los ojos, una licencia que me gustaría creer más emparentada con la magia y el juego que con la obsesión realista de fidelidad al modelo. A continuación, con una caligrafía grácil anotan la clase, el peso y el precio del pescado. Cuelgan el cartel en el interior de su tienda, junto a los otros muchos peces que ese día están a la venta y que van desapareciendo a medida que los clientes los compran y se los llevan».
Yo no sé, pero viendo este tipo de propuestas inesperadas uno se da cuenta de que, ciertamente, hay mucho mundo por conocer. Porque es mucho lo que se desconoce, también es mucho lo que nos sorprendería y es mucho más lo que aprenderíamos manteniendo viva nuestra curiosidad al margen de formaciones, deformaciones, vicios, tendencias, inercias, prejuicios o lo que sea. De modo que, aunque el gyotaku haya sido, para mí, un profundo desconocido hasta la fecha y algo que ignoro si me volverá a afectar como lo ha hecho en esta ocasión, lo cierto es que me alegro de mi acercamiento a él, de haber visto esta exposición, de saber que quien la hecho se ha tomado su trabajo muy en serio y de ver que los trabajos pensados a largo plazo suelen tener su recompensa.
También me alegro de haber regresado al Museu Marítim de Barcelona. Una tarde de Julio. Como quien no quiere la cosa.
Victòria Rabal en el Museu Marítim de Barcelona de Frederic Montornes en Vimeo.
Más información (Victòria Rabal)
Hola Frederic,
He leído tu comentario sobre mi exposición… muchas gracias !…
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