Lucía C. Pino. Torrent echidna attractor. Nivell 0, Arts Santa Mònica, Barcelona

 

Hacía mucho tiempo que no escribía sobre nada que me interesara. De modo que cuando el director de una revista de tendencias enmarcada en lo que se conoce como lifestyle & culture city guide me preguntó si me gustaría colaborar con ellos, no sólo le dije que si sino que de inmediato me vino a la cabeza una propuesta de artículo que le pareció estupenda. Inmediatamente después me dijo que, a más tardar, se lo tenía que entregar en un plazo de seis días.
Puesto que el texto no debía ser muy largo, me puse manos a la obra para acabarlo cuanto antes. Y en menos de tres horas lo di por terminado.

       

El texto en cuestión iba sobre la exposición de Lucía C. Pino en Arts Santa Mònica de Barcelona. Una exposición que había visto tres veces y cuya contundencia era de tal magnitud que se me hacía difícil de atrapar con la limitación de unas palabras.

Por ello la abordé desde su piel. Para llegar hasta el corazón.

Empecé hablando de las texturas de los reflejos que se proyectaban en el techo de la sala. O de aquello a lo que se refería Lucía cada vez que nos preguntaba si habíamos visto la selva de Tucumán. Aunque más que simples reflejos parecían hojas de plantas salvajes. Una espesura bajo cuya vegetación Lucía ubicaba al espectador frente a una bestia que le miraba. Junto a una bestia que respiraba.

   

   

Torrent echidna attractor, la bestia en cuestión, venía a ser un amasijo de hierros y luces, una mixtura de plásticos y caucho. Una suerte de explosión escultórica encajada en el espacio como si fuera a la fuerza. Hasta el punto de herirlo, decía en el texto. Formada por hierros medidos, ensamblados y equilibrados y forrada de piel de metacrilato y caucho tratada hasta la extenuación a base de calor y fuerza, aquella bestia que engendró Lucía para que nos enfrentáramos a ella nada más entrar en la sala era a un grito desgarrador lo que el retorcimiento al olvido, lo que la luz a la tiniebla. Es decir, la viva voz de un puñetazo clamando ser escuchado por lo que es: una escultura.

Cuando supe por primera vez de Lucía recuerdo que nutría su obra de lo que obtenía en la calle. Un tránsito cuyo ritual le deparaba sorpresas de las que luego se valía. Enfrascada en hallar soluciones y no en desechar lo que parecía inservible, la tarea a la que se consagraba Lucía era a la creación de las palabras de su propio abecedario. Aquellas de las que se empapaba para ir complicando lo que era simple. Eso sí: antes de llegar hasta ella.

De ensamblar a partir de fragmentos a ubicar estos fragmentos en el espacio, derivó Lucía a través de un proceso determinado en buena medida por el volumen y su superficie. Es decir, el lugar que decidiera otorgarle. Una suerte de juego mudo destinado a estrechar nuestros movimientos obligándonos a mirar dónde poníamos los pies. O lo que es lo mismo: las pautas que debíamos acatar cada vez que entráramos en su mundo. Cada vez que entráramos en su taller.

Allí donde la vi una vez y luego muchas otras. Aunque todo esto ya pasó.

Creo que lo de Lucía con Torrent echidna attractor vendría otro paso. Otro peldaño. O un acercamiento a aquel detalle de lo que habían sido sus pequeñas piezas. O una mirada a sus primeras estructuras a través de los ojos de un gran microscopio. De ahí la profusión de sus fuerzas opuestas. De ahí ese festival de sombras y luces. De ahí ese equilibrio entre la serenidad y el desasosiego. De ahí ese viaje hacia el interior de una tierra donde todos estamos aunque no queramos verla….

    

…de ahí también este texto que escribí intentando entender dónde me estaba metiendo:

 

Torrent echidna attractor
O la elocuencia de la materia según Lucía C. Pino
Arts Santa Mònica, Barcelona
hasta el 03.09.2017

    

Nunca llegué a imaginar que las texturas generadas por el reflejo de unas luces incidiendo en la superficie de diversos materiales reflectantes y proyectadas sobre el techo de un espacio a oscuras, pudieran remitirme a la escultura por la elocuencia de su cualidad matérica y la capacidad de dialogar con materiales de corte más palpable. Tampoco imaginé que lo que a simple vista recordara un amasijo de hierros encajándose entre dos paredes hasta el límite de herirlas, pudiera cuestionar la fragilidad del espacio debido a la dialéctica de unos accidentes que, aunque sólo fuera en dos puntos, desenmascarara la solidez de lo que todos entendemos como la guarida que nos protege del exterior. Y puestos a seguir con este tema del espacio, hacía mucho tiempo que no percibía que el volumen también era otro ingrediente de los que se nutre la escultura para remover los cimientos de nuestra existencia, al poder reducirla o aumentarla en base a su capacidad de remitirnos a esa cuestión de escala que nos sitúa en el mundo y no sólo a nivel físico.

    

    

Es por ello que frente a la única obra concebida por Lucía C. Pino para su exposición en Arts Santa Mònica titulada Torrent echidna attractor, me viera sometido a la fuerza centrípeta de una propuesta que, más allá de la carpetovetónica relación que, hacia principios del s.XX, mantenía la escultura con el plano, se centra y reconcentra en su lucha en favor de la desmaterialización de la forma, la participación activa del espectador y la voluntad de apelar y trascender el espacio recurriendo a elementos tan poco matéricos como el movimiento, la luz y la atmósfera. Una suerte de alejamiento formal propiciado por la contundencia de una escultura colmada de sorpresas que el espectador puede desvelar si escudriña en sus recovecos al margen de lo que ve, percibe, palpa y comprueba. Y es que, más allá de su inapelable contundencia visual, lo que emana de lo que se nos aparece como la explosión controlada de un núcleo constructivista, es la emancipación de la obra de Lucía C. Pino de cualquier sumisión representativa y su acercamiento, a través de sorprendentes texturas lumínicas y materiales, a la producción de un espacio escultórico capaz de inducir a reflexionar en torno al cuerpo -nuestro cuerpo-, la persistencia temporal de la obra y la interrelación de esta obra con el entorno donde se integra.

    

Nunca llegué a imaginar que de una obra y nada más pudieran surgir tantos matices y preguntas inesperadas. De modo que no es de extrañar que si vuelvo a ver Torrent echidna attractor antes de su desmontaje en septiembre de este año en curso, no será por no tener otra cosa que hacer sino por su capacidad de ubicar a quien se acerca hasta ella en relación al amasijo controlado de sus hierros, la elocuencia de su evocadora luz, las texturas de sus reflejos y el sonido remoto de un dispositivo que, escondiéndose tras la piel como lo hace nuestro corazón, nos remite a la respiración de lo que sigue vivo. Incluso cuando no estamos frente a ella.

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