«Por favor!!! Qué burrada de exposición la recién inaugurada de Paula Rego en el Palau de la Virreina!!! Una maravilla!!!. Corred a verla que luego ya sabéis lo que pasa, es decir, el tiempo. Y es verano!
Desde Goya a personajes que parecen como salidos de Anarcoma de Nazario (eso si, antes de pasarse de vueltas de manera irreversible) hasta los chukis de Enrique Marty pasando por las ilustraciones de libros siniestros o hasta incluso Gustav Klimt, Beckett o Qué-fue-de-Baby-Jane, son un montón las cosas que me han pasado por la cabeza en lo que sólo ha sido la primera visita que hago a la exposición. Voy a volver. Estoy seguro que volveré a verla!!!»
Íntegramente, este fue el post que colgué en mi muro de facebook recién salido de ver la exposición de Paula Rego (Lisboa, 1935) al día siguiente de inaugurarse. Recuerdo que al terminar con la visita me temblaban mucho las piernas y que al bajar por la regia escalinata del palacio barcelonés que la acoge, lo único que deseaba era encontrar un lugar donde poder sentarme para escribir lo que sentía. Así, sin filtros. Ni pensar tenía lo que iba a decir. Sólo vomitarlo. Se había escarificado sobre la piel de mi alma y necesitaba soltarlo. Así nomás. Fíjense ustedes si me sentía eufórico, conmovido, agitado, alterado y sin hálito que, para calmar mis turbulencias, me tuve que inventar algo con carácter de urgencia. Y me fui de rebajas. Y hasta que no entré en Medwinds y me compré una camisa -que, todo sea dicho de paso, de rebajas tiene lo que yo de lagarterana- no me pude tranquilizar aunque sólo fuera la mitad.
Pero vayamos al grano.
Yo de Paula Rego sólo sabía que era una artista portuguesa. Que era tan conocida y admirada como ajena al mainstream. Había visto en alguna imagen que era una mujer bastante delgada y que su rostro era de los que impresionan. De esos que se componen de una cara tan vivida, grabada, tensa y por la cual parece que han pasado tantas cosas que dudo que exista libro capaz de resumir. Sin estar completamente seguro, intuía que Rego ocupaba un lugar parecido al de otra gran artista portuguesa, también peculiar: Ana Jotta. También sabía que vivía en Londres desde hacía muchos años -hablando parece inglesa- y que el destino quiso que sea la suegra del artista australiano Ron Mueck.
Reconozco que en la obra de Paula Rego no me había fijado especialmente. Nunca me había llamado la atención y su inclusión en el marco de alguna exposición colectiva no representaba para mi nada que me hiciera pensar en el papel que representaba en ella. Es tan vago el recuerdo que tengo de alguna obra suya que podría decir que esta exposición ha sido, para mi, una suerte de bautizo en una obra que para nada me ha dejado impasible. Una inmersión en toda regla. Y no me avergüenza decirlo. Aunque se supone que la debería conocer, creo que nunca es tarde para acceder a nada. Solo hay que esperar a que llegue el día indicado.
Ocupando la práctica totalidad de las salas de exposición de la primera planta del Palau de la Virreina -16 de las 18 que tiene- la exposición de Paula Rego reúne un elenco de obras que, bajo el título de Léxico familiar -tomado, como se dice en la guía de mano, del libro homónimo de Natalia Ginzburg– se me antojó como una galería de retratos de los seres que dan vida al alma de esta inmensa artista. Porque lo que se puede ver tras la sabia combinación de las obras que se han seleccionado para esta exposición -entre ellas: óleos sobre lienzo, dibujos, acuarelas, grabados y una suerte de instalación protagonizada por un armario que pone los pelos de punta- son personajes que, como dice esta misma guía que nadie-sabe-quien-ha-escrito, «prefiguran una comunidad blindada respecto al exterior, en su caso, contra la hipocresía de la decencia burguesa, a favor de unas formas de vida irreductibles y excesivas, liberadas de toda ejemplaridad».
Protagonizada mayormente por mujeres que, a través de la mirada de la artista, aparecen desprendidas de ese paternalismo «desde el cual se han venido interpretando las representaciones de la mujer en el arte», la obra de Rego tiene los predecesores que se merece, como decía un amigo en facebook parafraseando lo que creía que había dicho Borges. En el caso de Rego, de Vieira da Silva -otra gran artista para no olvidar- y Dubuffet, en su etapa inicial; de Bacon, Freud, Kossoff, Auerbach y Andrews -es decir, miembros de la Escuela de Londres- en una etapa de madurez; ecos lejanos de Phillip Guston, Ensor, Gauguin y, desde siempre, del «expresionismo de Goya, el sarcasmo de Hogarth, Daumier o Gutierrez Solana, las atmósferas de Balthus y la obscenidad de Klossovski». Una retahíla de referentes que, si bien se hacen presentes en la práctica pictórica de esta artista lusa, también se sienten con rotundidad cuando incorpora otras fuentes como el teatro, la ópera, las narraciones populares y el cine. No es de extrañar pues que frente a semejante coctel de ingredientes, uno tema que el mundo se le venga encima si se abandona irremediablemente en brazos de esta mujer. Por ello es necesario mantener la guardia, pasar de puntillas para atender qué dice sin que te perfore el cerebro y quedarse con tan solo unas impresiones dejando para más adelante lo que queda en el tintero. Que en su caso es mucho.
Porque en la obra de Rego, la densidad es inabarcable.
Supe a través de un corte de video donde aparece la artista que los protagonistas de buena parte de sus obras no son fruto de su imaginación sino del retrato que hace Paula Rego de los muñecos que crea previamente. Es decir, que lo que pinta Paula Rego no siempre son ensoñaciones sino escenarios activados por seres que, a través del pincel y el arte de la artista, parecen tener vida como Chuki, el muñeco diabólico. Dice Valentín Roma a partir de un comentario de Luis Francisco Pérez tras apuntar la similitud entre la obra de Ron Mueck y la artista portuguesa, que alguna vez es el artista australiano quien hace para Rego los muñecos que luego pinta.
Pasar de sala en sala sorteando todo tipo de miradas para no verse salpicado por lo que, a veces, resulta hasta difícil de observar, es una experiencia a la que me vi abocado desde el momento en que puse los pies en la primera sala y me vi asaltado por un cónclave de mujeres que más que humanas se me antojaron amigas de Anarcoma. Tras esta liviana entrada y hasta el final de la exposición ya no pude reconducir ni tan siquiera mi mirada. Tampoco nada. De modo que lo que vi en las salas restantes y sin solución de continuidad fue lo que, pasando de gravados a libros y de libros a lienzos y de lienzos a acuarelas y de acuarelas a un armario habitado y de este grupo de gente atrapada a una atmósfera cada vez más densa, intensa e implacable, no consiguió sino resaltar la deuda que mantiene esta artista con una forma de entender la vida de la que no sólo penden personajes y referencias pictóricas sino también ecos literarios y musicales como de Charlotte Brontë, Benito Pérez Galdós, Shakespeare, Clarice Lispector, Martin McDonagh, Benjamin Britten, etc… es decir, personificaciones de brutalidad descarnada, fina y sin concesiones o de ese ahí-te-las-apañes-tú cada vez que nos enfrentamos a cualquiera de sus obras por aquello de nutrirnos de cosas que contar. O, mejor dicho, de modos de contar las cosas.
Al tiempo que hay quien no deja de celebrar que en esta ciudad tan dada a profundizaciones se pueda ver una exposición que poco invita a reír aunque se vaya bien puesto, también hay quien no ve en la exposición más que la cara más siniestra de la crueldad a la que podemos llegar. Con nosotros mismos, con los demás, entre todos y para todos. Una suerte de desenfreno que la artista practica desde las lindes de la pintura figurativa, revelando lo mejor y lo peor -más bien diría que lo peor- de la condición humana, luchando contra cualquier atisbo de autoridad y hablando de la dominación, la opresión y la violencia con el fin de cuestionar los estereotipos que sigue imponiendo la sociedad. En suma, un viaje por la mente de una artista y la complejidad de unas experiencias vitales a través de trabajos de innegable calado narrativo imbuidos de un misterio capaz de tirar por los suelos desde mitos, cuentos, historietas y textos religiosos hasta la frontera entre la animalidad y la humanidad, cualquier sospecha de jerarquía entre dibujo, pintura y grabado o la integridad del ser humano que ve como su tránsito a través de las salas cada vez se asemeja más al de aquella cucaracha tan bien retratada por el amigo Kafka.
Es tal el grado de emoción que me embarga cada vez que veo esta exposición que podría seguir escribiendo hasta terminar con mis palabras. Es decir, algo parecido a lo que le sucede a Abramovic en aquella obra con la que vacía su memoria. Aún así creo que no conseguiría transmitir lo que siento. Por esto que me voy a parar aquí. Para que sean ustedes quienes sigan escribiendo. Lo que quieran y para cada uno de ustedes.
Solo les diré dos cosas: si consiguen escribir algo que refleje el estado en que les deja la exposición, ya se pueden dar con un canto en los dientes. Si no es así, no les queda otra que seguir visitándola con el fin de familiarizarse con el léxico de esta artista. Un léxico que, como el de Rego, es el más adecuado para mostrar títeres con cabeza.
Eso sí, después de usarlos hasta la saciedad para dejar a ras de suelo lo que nos quede de integridad.
Postdata:
Tras la visita guiada a la exposición que hoy, día 13 de julio, ha realizado Valentín Roma -a la sazón, el comisario- he anotado algunas ideas, palabras o conceptos sueltos que creo que pueden aportar algo. Aunque los podría incrustar en mi texto, prefiero no hacerlo para no cargarme lo que me salió sin respirar. Aqui la lista a la manera de un mini diccionario. Eso sí, breve y muy sui generis:
- Antonin Artaud, Harold Pinter…. Beckett
- Ella es una mujer muy dulce, nada que ver con la obra que hace
- En los cuentos infantiles y en la ópera es donde mejor se concentra la bajeza de la burguesía
- En su obra siempre explora el límite de lo terrible
- Fábula humana: los hombres como animales, los animales como hombres
- Gore y gótico, dos conceptos muy presentes en toda la obra de Paula Rego
- La obra gráfica, para Rego, tiene el mismo valor que el lienzo, la acuarela o el dibujo
- La literatura en su caso, es fundamental, no es un decir
- Los cuentos y los libros para Rego funcionan como disparaderos
- Pertenecía a la burguesía conservadora portuguesa que, posteriormente, se exilió en Londres
- Rechazo de los cánones de belleza
- Rompe con las escalas de los personajes que aparecen en su obra
- Su educación católica es evidente
- Su pintura es como un exorcismo a muchos niveles
- Tuvo un reconocimiento tardío de modo que pudo hacer lo que sentía y no lo que le pedían
…/…
Que interesant Fede, agafen moltes ganes de veure la expo. Una abraçada A Enviado desde mi iPhone