De un tiempo a esta parte -creo que desde 1989- vengo observando que así como hay quien se siente especialmente interpelado por la pintura figurativa contemporánea, la escultura construida-a-base-de-deshechos-y-demás, las manualidades conceptuales, la artisticidad de la materia, lo volátil, el movimiento del cuerpo con sus órganos u obras artísticas de corte reivindicativo, político, transgénero, transgeneracional, poliédrico, social, económico, migratorio, feminista o todo ello junto y sin solución de continuidad, a mí, lo que cada vez me interesa más son las obras que, además, conducen hacia las puertas traseras del arte de todos los tiempos desde parámetros inhabituales, poco ortodoxos, transversales, atemporales, a-históricos, experimentales o, resumiendo, ajenos a cualquier norma, normatividad, linealidad o sobrentendidos. Así de simple y sencillo. Y es que creo que es desde los márgenes de lo establecido -es decir, fuera de toda zona de confort- que se halla lo que nos espolea a tomar consciencia de nosotros mismos y a reconsiderar, a partir de esta otra manera de conocer y conocernos, todo aquello que nos rodea desde una mirada diferente y, en consecuencia, más conflictiva y, por lo tanto, enriquecedora.
En resumen, mi tesis vendría a ser esta y si no la desarrollo un poco más es porqué en lugar de ponerme a escribir sobre cualquier cosa me decidí por «La caja entrópica. El museo de los objetos perdidos» de Francesc Torres, la obra/exposición que todavía se puede ver en el MNAC de Barcelona hasta el próximo 14 de enero y que después de haber visto tres veces -si, cuando me gusta algo, me gusta mucho- no puedo más que decir que, junto a la de Paula Rego en el palau de La Virreina de Barcelona, es una de las exposiciones que más me interesó el año que terminó -¡menos mal!- y cuya estela se mantiene viva por la inteligencia y rotundidad de la propuesta concebida por este artista.
Puesto que sobre y acerca de esta exposición ya han escrito y hablado colegas de profesión (más info al final de este texto) y de todo tipo, me voy a limitar a apuntar algunas de las razones por las que esta caja entrópica de Francesc Torres no es para mí una exposición cualquiera sino un admirable ejemplo de la polimirada de un artista que bien sabe lo qué hace, porqué lo hace, para quién lo hace y que disfruta hasta decir basta hilvanando la historia que quiere contar a partir de la de otros. En este caso, a partir de la que se oculta entre lo que oculta un museo.
Vamos a por ello:
a) Rescatando de los almacenes del MNAC obras que se ocultan a la mirada del espectador, lo que hace Torres con su caja entrópica es otorgar segundas vidas a cadáveres asesinados por la historia y cuyo aspecto no es nada grato para la edulcorada forma en que se nos invita a explicar(nos) el mundo. De modo que acceder a una selección de objetos y obras que se «pierden» por las estanterías de los depósitos de un museo, toda vez que ofrece la posibilidad de entender las razones por las que, en la historia, hay tantos puntos ciegos como peldaños arrancados, revela el deseo de mostrar la cara amable de la vida y no lo que escapa de la razón o lo que forma parte de la barbarie, el ninguneo, el desprecio, lo cruel o aquello que no conviene porque en el fondo «a-nadie-interesa».
b) Hilvanar a partir de objetos tapados una forma de entender la historia que se articula no sólo a través de logros, gestas, conquistas y epopeyas sino también de fracasos, pérdidas, tragedias y hecatombes, permite entender que lo que vemos no es más que la puerta trasera de la realidad frente a la que a menudo nos sitúa el arte. En especial, el que cuestiona, increpa, azuza e invita a reflexionar. De ahí que lo que haya hecho Torres con su caja entrópica, no sólo sea una exposición sino una obra que, en la línea de su tendencia a inventar países como hacía de pequeño, reflexiona en torno a la colisión entre cultura e historia -o «la violencia del museo para retirar obras y la violencia de la historia sobre estas obras», según Pepe Serra, director del MNAC- evidencia el trasfondo político que está presente en cualquier discusión sobre el patrimonio o pone en tela de juicio la ortodoxia formal y conceptual de una exposición abogando por la apología de un aparente desorden, los saltos en la historia, los guiones narrativos entre la selección de autor y la explicación del museógrafo o la posibilidad de entender que si algo se oculta en las reservas de un museo no sólo se debe a una falta de espacio sino porque se escapa demasiado del discurso que impera. En este sentido es remarcable la exploración de narrativas transversales que a partir de la colección del museo y el deseo de desempolvar sus fondos para aportar nuevas ideas que enriquezcan y generen debates como-dios-manda, nos ha permitido conversar con brillantes antecedentes como la exposición concebida en su día por Perejaume echando mano de estas mismas reservas aunque con una mirada enfocada hacia otro punto.
c) Mostrando obras a medio restaurar, sin tocar ni retocar, envueltas en plástico, sobre peanas, en vitrinas, encima de estanterías, a ras de suelo, del derecho o del revés, perfectamente limpias o hasta con restos de la suciedad del tiempo, lo que Torres consigue neutralizar es la idea de un mundo en el que nada es oro aunque así parezca que reluce.
d) Concebida sobre la base de apartados temáticos que a la manera de capítulos de un libro podría extenderse ad infinitum para no privarnos de sus sorprendentes asociaciones ni evocar lecturas tan diferentes como las que generan nuestras mentes a la que alguien las deja libres, la caja entrópica de Francesc Torres también vendría ser como una suerte de manual a través del que el artista ofrece claves de todo tipo para llegar a un público de lo más diverso. En este sentido cabría señalar tanto la calidad de los textos con que introduce cada capítulo como la claridad de sus pistas para no perderse en sus combinaciones, la brevedad y concreción de sus palabras frente a la complejidad que contienen así como el orden que nos proponen frente a lo que, de entrada, parecen accidentes. Uno tras otro.
e) Adjetivando su caja con un término de física perteneciente o relativo a la entropía -palabra que, a su vez, procede del griego ἐντροπία y que significa vuelta en varios sentidos figurados- lo que plantea Torres es justamente esto, es decir, una vuelta al «Caos en la Casa del Orden» tras el traspié imaginario que representa que aconteció al bajar (¿el artista?) por una escalera con una caja llena de objetos preciosos. Una caja que, al desparramarse, dio lugar a lo que vemos, a lo que el artista invita a ver. A saber, una disposición de objetos rescatados del Museo que al tiempo que evidencian su función preservadora -«aunque lo preservado sea el resultado de la destrucción en todas sus múltiples manifestaciones», dice Torres en el folleto de mano- permiten entender la historia no sólo al margen de toda cronología sino durante el tiempo que evoca el artista entre una brillante introducción y un epílogo colosal, es decir, entre el bloque que construye con un San Francisco de Asís de Zurbarán + un Austin Martin destrozado + una talla de un Cristo sin cruz + una estantería con relicarios barrocos tapados + los restos de una pintura de una Virgen y el collage constructivo/destructivo compuesto a base de capiteles y gárgolas de la colección del museo + una secuencia editada de Seven Chances (1925) de Buster Keaton + la falsificación de una obra suya de los 80 realizada con naipes de barajas españolas en alusión a la azarosa fragilidad de nuestra cultura tan amada a la par que maltratada.
En vista de lo que he dicho hasta aquí y la de ríos de tinta que sigue generando esta caja entrópica de Francesc Torres que, si el azar no le va a la contra, diría que casi seguro que pilla premio en alguna de las fiestas que organiza el sector artístico de nuestra querida y maltratada comunidad autónoma, no me cabe más que decir que vayan a verla sin pensárselo ni dos veces. O sea, ya mismo.
Ya saben, el tiempo corre que vuela
Más información:
Textos: Victoria Combalía, Anna Maria Guasch, Xavier Cervantes, Juanjo Santos, Montse Frisach, Mercè Ibarz, Imma Sanchís
y un largo etcétera….
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