Oscar Holloway. «Captures: The Shooting Of The Future». Sala de exposiciones del Centre Cívic Can Felipa, Barcelona

A veces depende tan sólo de una palabra para que dejemos de existir o, por el contrario, vivamos para siempre. Depende del disparo del que se hable. Es decir, la palabra en cuestión. Porque estaréis de acuerdo conmigo: no es lo mismo el disparo de un arma de caza que el disparo de una cámara fotográfica.

En torno al disparo de una cámara fotográfica y el símil que se establece con el disparo de un arma de caza o de lo que sucede después del disparo de un arma de caza o de una cámara fotográfica o de lo que se dispara en la mente de quien piensa en ello para encontrar el modo de inducir a la reflexión a través de fantásticos documentos gráficos, fotográficos y textuales o sobre el modo de traspasar la complejidad de una investigación a una sala de exposición compuesta de varias habitaciones o de cómo invitar a ver pero también a escudriñar, leer o deleitarse con la fugacidad que queda atrapada entre las imágenes de un vídeo o de entender la pertinencia de los colores de unas paredes en función de su analogía con los de las portadillas de los libros antiguos, descatalogados e inservibles o en torno a la capacidad de revisar el pasado para dar cuerpo a un relato contemporáneo que despierte admiración pero también preguntas, intriga, estupor, goce y ganas de seguir aprendiendo a partes iguales… es, en torno a todo ello -pero también a mucho más- sobre lo que gira Captures: The Shooting of The Future, la exposición de Oscar Holloway pensada para la sala de exposiciones del Centre Cívic Can Felipa de Barcelona. Porque se trata de una exposición muy pensada. También para el espacio de exposición.

En una reseña publicada recientemente en el Mirador de les Arts, Cristina Masanés -su autora- empieza su relato afirmando dos cosas: que «la representación humana del mundo animal nació en paralelo a la caza» y «que los primeros animales pintados son del paleolítico cuando, en la oscuridad de una cueva, los humanos invocaban, con polvos minerales y tierras de colores, la presencia animal». Referirse a un pasado tan ancestral para iniciar la crónica de una exposición de arte contemporáneo, no sólo me parece conmovedor sino también muy representativo de lo atemporal que puede ser el arte. En realidad, de lo atemporal que es el arte. Se trata de un modo de anclar un discurso para poder, a partir de ahí, dar rienda suelta a la imaginación, a la llama del deseo de querer seguir aprendiendo, a viajar hacia lo desconocido a través del momento actual, a construir puentes colgantes -o no- entre un pasado muy lejano y un futuro que también lo es, etc.

Yo, de todo esto, no tenía ni idea. Lo único que sabía me lo había contado quien me animó a acercarme hasta Can Felipa el mismo día en que se presentaba la publicación de esta exposición. Haciendo gala de su generosidad, Alexandra me había dicho por whatsapp que Captures: The Shooting of The Future era, por lo visto, una exposición que estaba muy bien y que aquella misma tarde se acercaría hasta Poblenou para ver la exposición antes de que terminara. Me dijo, también, que no quería perdérsela por nada del mundo. No sé qué diantres disparó en mi cerebro pero el caso es que a raíz de las palabras de Alexandra, aquella misma tarde también me acerqué hasta Can Felipa para ver, con mis propios ojos, qué había hecho un artista del que nunca antes había oído hablar.

Y al entrar en la sala de exposición vi que la cosa se trataba de ver pero también de una forma muy peculiar de mirar en los libros. Algo que, en una segunda lectura, se fue centrando en torno a los orígenes de la visualidad del animal salvaje vinculado al nacimiento de la cámara fotográfica y el cine. Algo que, en una tercera lectura, derivó en torno a la correspondencia entre la captura visual y la captura física del animal. En algo que, hacia el final la exposición, derivó en lo que explico hacia el final de este texto.

Captures: The Shooting of the Future, es una concienzuda selección de libros, documentos y fotografías obtenidos de la investigación de Oscar Holloway en torno al camera hunting, un género fotográfico -dicen que fugaz- aparecido a finales del s.XIX que, experimentando con la tecnología, trataba de cazar imágenes de animales salvajes usando métodos de caza como trampas, cebos, escondites o artilugios camuflados. Tanto entonces como en la actualidad, las técnicas utilizadas en la fotografía animal difieren de la fotografía paisajística en la medida en que si para capturar el movimiento -de un animal o de lo que sea- se requieren altas velocidades de obturación, para conseguir un nivel de exposición adecuado se debe hacer lo que sea para que el animal no te vea. Con objetivos claros, de elevado angular y potente zoom -es decir, pura tecnología- en la actualidad o, en el s.XIX, a base de artilugios tan bonitos e imaginativos que hasta el animal corría el riesgo de quedar subyugado. Porque eran monumentos a la imaginación creados para no ser sorprendidos durante la atenta tarea del fotógrafo-cazador.

Junto a la atención que presta Holloway al género divulgativo del camera hunting, otro foco de interés de su larga investigación gira en torno a los estudios fotográficos de la locomoción animal. Entre ellos, los de Eadweard Muybridge (1830-1904). Se trata de unos estudios que, junto a los de Étienne Jules Marey (1830-1904) -otro gran investigador del tema- son harto importantes en la medida en que no sólo marcan el inicio de la carrera hacia la obtención y visualización de las imágenes en movimiento -o sea: el inicio del cinematógrafo- sino que, al indagar sobre lo que a simple vista no podemos ver, tratan de hacer algo más importante, en especial para el arte moderno y contemporáneo: hacer visible lo invisible. Si en la carrera para conseguir su propósito Marey perfecciona, en 1882, lo que se conocía como la «escopeta fotográfica» -artilugio inspirado en el «revolver fotográfico» de Pierre Jules Janssen (1824-1907) inventado en 1874 por este astrónomo que, además, es el descubridor del gas noble conocido como helio, el segundo elemento más ligero del mundo- Muybridge recurre al uso de varias cámaras fotográficas para obtener imágenes espaciadas en el tiempo y físicamente en el set. En 1873, tomando como punto de partida el galope de un caballo de carreras, Muybridge produce una serie de negativos que le permiten captar la silueta del animal con las cuatro patas por encima del suelo y tomadas todas en el mismo instante de tiempo. Tras este descubrimiento y con muchas dosis de tesón, Muybridge consigue captar, al cabo del tiempo, las fases sucesivas del movimiento de un caballo. Y para mostrar sus resultados encuentra en el zoótropo -«máquina estroboscópica creada en 1834 por William George Horner, compuesta por un tambor circular con unos cortes, a través de los cuales mira el espectador para que los dibujos dispuestos en tiras sobre el tambor al girar, den la sensación de movimiento», wikipedia dixit- el instrumento ideal que le llevará a crear, en 1879, el zoopraxiscopio, es decir, el artefacto que permitirá el desarrollo de los inicios del cine bastante antes que el cinematógrafo. Pero esto ya es otra historia…

La exposición concebida por Holloway invita a descubrir, a través de un recorrido tan bello como intrigante, los entresijos de una aventura tecnológica no exenta de grandes dosis de romanticismo en la medida en que, al igual que Muybridge y Marey con su deseo de hacer visible la invisibilidad, muestra los lugares de la naturaleza por donde transita y vive un animal salvaje, justo antes de ser sorprendido por detonaciones de magnesio. Una suerte de disparos que, a la manera de un flash, eran utilizados para dar luz durante el tiempo de exposición de una cámara, especialmente en la oscuridad. Y es que casi todas las fotografías de las que se vale Holloway en su exposición parecen tomadas de noche, en la oscuridad, es decir, cuando el animal reposa y no sospecha en absoluto de la presencia de un ser humano, su gran depredador.

Como si después de una detonación el animal hubiera huido despavorido, las escenas que Holloway decide mostrar al espectador se me antojan como imágenes de escenarios vacíos, de escenas inhabitadas en medio de la naturaleza, de esqueletos de escenarios en los que la función justo acaba de terminar. Y junto a estas imágenes de lugares vacíos de los que el artista ha extraído la figura de cada animal, Holloway también muestra algunas fotografías del aparataje que se usó para poder realizarlas. Es decir, de todo lo que pudo provocar que el animal desapareciera de la escena al no querer ser cazado ni por una cámara fotográfica ni por un arma de caza.

Junto a otros modos de dejar constancia del deseo de captar un animal en plena naturaleza, en absoluta libertad y, sin embargo, entre los límites de una fotografía, las páginas de un libro, la plancha de un grabado o el papel de un dibujo, en la exposición se pueden ver secuencias destinadas a la «caza» de un castor, gravados de escenarios naturales aludiendo a la presencia del animal tan solo en el título de cada obra, imágenes en las que el animal ha sido borrado a excepción de su reflejo en la superficie de un lago -unas obras muy pero que muy bellas-, distintos modelos de zoótropos fruto del interés de Holloway por otros modo de captar animales -en este caso, en movimiento- y una obra que, a mí personalmente, acabó de enamorarme si es que, al entrar en la exposición, todavía no me había dado cuenta: un video en dos proyecciones mostrando, en una de ellas, detonaciones de magnesio realizadas por el propio artista en su investigación con efectos de luz en la oscuridad de la noche y, en la segunda, fotografías relacionadas con el «imaginario de la caza obtenidas de internet y sincronizadas con las explosiones de cada una de las detonaciones», según cuenta Irene Solà en otro de sus textos-para-ser-leídos. Permitiendo al espectador ubicarse entre las dos proyecciones, el ejercicio magistral al que invita Holloway consiste en invitar a captar, en fracción de unos segundos, lo que la oscuridad de la noche prohíbe a la mirada, lo que permanece entre nosotros justo el tiempo en que no se puede ver. Y haciendo visible lo invisible por un período de tiempo que nunca es suficiente -como tampoco el azar ni tampoco el movimiento, como tampoco desaparecer- lo que Holloway nos podría estar diciendo es que a veces es suficiente con dejar que lo invisible more en el fondo de nuestras retinas.

Ignoro qué habrá querido decir Holloway con su bella propuesta pensada para la sala de exposiciones del Centre Cívic Can Felipa de Barcelona. Porque se trata de una exposición muy pensada. También para el espacio de exposición. Lo que sí sé, sin embargo, es que nunca estaré suficientemente agradecido a la persona que me conminó a visitarla el día que se presentaba la maravilla de publicación que el artista ha ideado ex profeso o que, desde entonces, no haya podido dejar de pensar en el viaje que hice al pasado para entender que, en el futuro, las cosas -todas las cosas- también van a tener que ser probadas.

Como Oscar Holloway (Barcelona, 1989) y sus fascinantes denotaciones.

En suma, un modo activo de estar en el mundo.

Estándar

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.