Sin haber visto la que se inauguró en el Museo Guggenheim de Bilbao pero con una buena dosis de Tàpies a mis espaldas tras la exposición que organizó Valentín Roma en la Fundación que lleva su nombre -el del artista, se entiende- y la bicéfala -MNAC y Fundació Tàpies- que Vicente Todolí ha «regalado» a la ciudad de Barcelona para-que-quien-lo-necesite-pueda-aprender-a-hacer-exposiciones-como-quien-no-quiere-la-cosa, no puedo más que decir que, después de haber visto la que se acopla a los extraordinarios espacios del Palacio Fortuny de Venecia, lo que responde al título Tàpies. Lo Sguardo dell’artista, más que una exposición, es de ese tipo de experiencias que si hay quien no dudaría en calificar inmediatamente de edulcorada, cursi, decorativa, pastelazo y demás adjetivos de este calibre, también hay quien, como yo, sin ser en absoluto adicto a este tipo de repostería artística, no tardó demasiado tiempo en caer rendido frente al trabajo de marquetería que se intuye que se tuvo que hacer para llegar a poder combinar con tanta delicadeza, respecto hacia todas las obras y una más que efectiva sensibilidad, la cuidadosa selección de obras que se distribuyen por las cuatro plantas de ese Palacio Veneciano. Una selección de obras pertenecientes a la colección de la familia del artista junto a obras de la colección particular de Tàpies formada por esculturas tribales y orientales antiguas, auténticas joyas de grandes artistas del s. XX como Miró, Picasso -una verdadera maravilla- Mark Rothko –para quitar el hipo-, Jackson Pollock -una obra del 51 de esas que casi nunca se pueden ver- Giacometti -qué decir!-, Robert Motherwell, Jannis Kounellis, Franz Kline, Arnulf Rainer, etc. o libros de artista con litografías realizadas por el artista catalán en colaboración con escritores y poetas. Todo ello amenizado con música de compositores por los que el artista sentía una verdadera devoción -Schöenberg, Berg, Shelsi, Cage o Antón Webern- y la obra de artistas vivos próximos a él o interesados, como Tàpies, por lo misterioso y lo inexplicable como es el caso de Perejaume, Caro, Llena, Lawrence Carroll, Sadaharu Horio, Tsuyoshi Maekawa, James Turrell -siempre fantástico-, Jana Sterback, etc. Esta última, quizás la aportación más discutible. Me refiero al pack de artistas vivos.
Sea como fuere, si tuviéramos que decir de qué se trata esta propuesta, podríamos decir que es un testimonio en toda regla de la personalidad y sensibilidad de un artista tan conocido como hermético a través de una selección de obras en las que la dualidad, la presencia de la cruz y/o la crucifixión -como muy acertadamente me hicieron ver y entender a posteriori- o esa simbología absolutamente característica de una producción tan unidireccional, matérica, hermética y, algunas veces, hasta tediosa, en lugar de remitirnos a la muerte o al más allá -es decir, donde siempre me solían remitir-, nos invita a transitar sin que nos demos cuenta por el interior y el exterior de un espacio generosamente dúctil, modificable, vivo, reposado y perfectamente capaz de dialogar, sin imposiciones y con absoluta tranquilidad, con todo aquello que lo rodea porque junto a ello es de donde surgió. Aquello con lo que vivió en la más absoluta intimidad. Allí donde casi nadie acostumbra a tener acceso.
Jamás imaginé que, de un viaje medio improvisado a la ciudad de los canales, podría regresar tan satisfecho por haberme decidido ir a ver una exposición de Antoni Tàpies. Un artista del que parecía que todo ya se había dicho y del que, sin embargo, Daniela Ferretti, Natasha Hébert, Toni Tàpies y Axel Vervoordt nos han hecho comprender que todavía hay cuerda para rato. No hay más que mirarlo con otros ojos, huir de la tentación de querer comérselo con patatas, dedicarle la atención que merece al margen de fáciles ordenamientos cronológicos, contar con el beneplácito de la familia, disponer de suficiente espacio –sea un cubo blanco o un palacio veneciano- y hacer una buena selección de obras con el fin de plantear una aproximación al universo de este artista desacomplejada, libre, abierta y porosa.
Lo cual no es fácil. Como tampoco la obra de Antoni Tàpies.