En mi intento por explicar lo que me atrapaba de las fotografías de Chris Killip, no se si quedó claro a qué me estaba refiriendo. El caso es que un tiempo después, visitando la exposición de Joan Colom en el MNAC y la segunda de Danny Lyon (Brooklyn, 1942) que la Fundación Foto Colectania le dedica a este fotógrafo norteamericano, leí unas citas en las paredes de ambos espacios que a mi sí que me lo aclararon. Las citas, de los propios Colom y Lyon, decían lo siguiente:
– “Yo no sabía que estaba haciendo fotografía social en aquel momento. Yo sólo hacía fotografía y buscaba imágenes que me emocionasen… Con mis fotografías busco ser una especie de notario de una época”. Joan Colom
– “Congelar en el tiempo algún momento, algún gesto, una cara, para que sea observada para siempre o para un breve lapso de tiempo para aquellos que nunca la verán si no se les enseña o para quienes todavía no han nacido”. Danny Lyon
– “…las imágenes no se hacen para molestar la conciencia de la gente, pero si para alterarla. Las fotos no piden “ayuda” para estas personas sino algo mucho más difícil: ser breve e intensamente consciente de su existencia, una existencia tan real e importante como la suya propia”. Danny Lyon
– “A mi me pones una cámara en la mano y quiero aproximarme a la gente. Estar cerca no sólo físicamente sino que también cerca emocionalmente, todo. Es parte del proceso. Ser fotógrafo es una cosa muy extraña…”. Danny Lyon
Pese a que la distancia física entre ambos fotógrafos es mucho más amplia que los ocho 8 años que existen entre las series de fotografías en que nos hemos fijado, hay en ambos varias cosas que los unen irremediablemente. De una parte, la necesidad de establecer con el sujeto a quien retratan una suerte de relación que, a través del tamiz de la emoción, les permita acceder a las entrañas de una realidad –o sea, su vida- que luego explicarán a quien se acerque para verla. En segundo lugar y derivado de esta primera, ambos entienden que su trabajo sólo se puede realizar si consiguen empatizar con el sujeto en que se fijan. De modo que, lejos de la intromisión, la agresión, la sorpresa, la irrupción o la aparición-a-saco-tipo-paparazzi en la vida de sus personajes –o personas-, las imágenes a las que ambos nos enfrentan son como caricias en unas mejillas tanto si se trata de putas como de rudos moteros. En tercer lugar, lejos de hacer un trabajo de campo a la manera de una investigación objetiva, lo que ambos hacen en el fondo es dejar constancia del entorno por el que se mueven los días en que acompañan a aquellos con los que conviven. De forma que, haciendo las veces de camaleón, consiguen que la cámara no sea un simple aparato sino el ojo de quien los observa para quedarse con su verdadera esencia. Aquella a la que, los demás, nos confrontamos pasada a papel.
A lo que íbamos: Danny Lyon
Primera entrega: Aunque me enteré tarde de la exposición de Danny Lyon, todavía pude ver la que fue su primera entrega. Se trataba de la serie Conversations with the dead realizada en 1968 y centrada en el trabajo que realizó este fotógrafo a partir de la situación de las prisiones del estado de Texas a finales de la década de los 60’S. Perteneciente como las dos series que le seguirán y de las que ya hablaré a la colección Martin Z. Margulies –una colección con la que la Fundación Foto Colectania parece que ha iniciado una colaboración a largo plazo con el fin de dar a conocer al público esa parte de sus proyectos relacionados con la fotografía- la serie de 76 fotografías realizadas por Lyon durante 14 meses entre 1967 y 1968 en el Departamento correccional de Texas, muestra la imagen de unos presos que, al margen de su privación de libertad, viven, conviven, se relacionan y son los protagonistas del trabajo de quien congenió con ellos hasta el punto de entenderlos como seres reales, individualizados y merecedores de ese trato humano que, sistemáticamente, parece que se les niega desde la burocracia, la ignorancia y la desidia. Según se desprende de lo que dice el propio Lyon, si bien esta serie retrata una realidad, lo que retrata en verdad es el rostro de una frustración. La de no haber conseguido captar en 14 meses lo que sintió en unos minutos en el pasadizo de la prisión de Ellis. Pese a que esta incapacidad es la que percibe el fotógrafo, vale decir que las imágenes de esta serie nos acercan por igual tanto a unas vidas sin libertad como a la mágica dimensión que adquiere un beso entre dos hombres. Lo cual no es nada fácil.
Segunda entrega: Tras este paso por un tiempo que abrasa a unos presos tomándose una ducha, siendo sorprendidos por controles rutinarios, trabajando con grilletes en la construcción de obras públicas, haciendo ejercicio en los patios de un correccional o distrayéndose los días como mejor les parece, lo que brinda al público la segunda entrega de esta colección es la oportunidad de confrontarse a otras dos series de una calidad realmente extraordinaria. Una arrancada desde dentro, desde las entrañas, desde el corazón; la otra, desde el frente, mirando a la cámara, desvelando una vida interior desde las puertas de una mirada.
La que emerge desde dentro, desde las entrañas, desde el corazón, es la serie titulada The Bikeriders y que Lyon llevó a cabo entre 1963 y 1967. Contrariamente a lo que pueda parecer, no se trata de una serie formada por una brillante recopilación de imágenes sino del reflejo del estilo de vida que llevó a cabo el propio Lyon siendo miembro del Chicago Outlaws, un conocido club de motoristas con el que este fotógrafo convivió cuatro años viajando con ellos por las carreteras del medio oeste americano. Así como Joan Colom entendió que su misión consistía en ser “como una especie de notario de su época”, lo que pretende Lyon con esta serie, de gran popularidad en los años 60 y 70, es “registrar y glorificar la vida del Bikerider americano” más allá de una mirada documental y más cerca del rostro de un sentimiento primigenio. En consecuencia, más que una mirada objetiva, la suya es la interpretación personal de unos motoristas a los que conoce y aprecia sin intermediación y con quienes lucha por extraer la esencia de ese espíritu que entre gestos, descansos, miradas, compañías, concentraciones, entierros, momentos de espera, rugir de motores, melenas al viento, tupés, gafas de pasta blanca y la sorpresa de otro beso entre el cuero de dos chupas, emana de un tipo de vida hecho a base de kilómetros, carreteras, polvo, viento, sol y lluvia. Algo que, años después, en otro registro y en versión nacional tan bien supo reflejar Alberto García-Alix fijándose en su entorno más inmediato.
En la pastilla que Marta Echeverría le dedicó a esta exposición en su programa de Radio 3 Hoy empieza todo, ubicó muy acertadamente esta serie de fotografías entre Easy Ryder –road movie de 1969 dirigida por Dennis Hopper y con Peter Fonda, el propio Dennos Hopper y Jack Nicholson como actores principales- y Highway to hell conocido tema de la banda australiana de Hard Rock AC/DC.
Considerado como uno de los fotógrafos más influyentes y originales del «nuevo documentalismo» del s. XX y representante privilegiado de lo que, en la estela de Robert Frank, Diane Arbus, W. Eugene Smith o William Klein, se ha dado a conocer como “concerned photographers” –término acuñado por Cornell Capa (1918- 2008) para referirse a la obra de aquellos fotógrafos cuyo impulso humanitario, al tiempo que los aleja del simple deseo de dejar constancia de algo, los acerca a la voluntad de educar para que, entre todos, se consiga cambiar el mundo- Danny Lyon realiza en 1965, una serie titulada Uptown. Se trata de una serie de unas 25 fotografías en la que, a través de la mirada de unos personajes deslocalizados, nos introduce en la verdad de unas vidas cuya invisibilidad estaría llamada a ser eterna si no fuera por la voluntad de este fotógrafo en hacer visible, hacia mediados de los años 60, los rostros de estos inmigrantes recién llegados a Chicago desde los Apalaches o América del sur con la expresión del sentimiento de pérdida todavía impregnado en cada pliegue de sus rostros, en cada rincón de sus casas… en cada esquina de unas calles que les son tan impropias como el país donde ahora viven. Ajeno al deseo de molestar conciencias -tal como nos dice el fotógrafo en una de aquellas citas mencionadas al principio de nuestra aproximación- lo que busca Lyon a través de esta serie que lleva a cabo desde la más absoluta discreción, haciendo gala de una generosidad apabullante –se dice que, para ganarse la confianza de sus “modelos”, en su visita semanal al Uptown de Chicago, les daba una copia de las fotografías que les había hecho la semana anterior- y respetando la intimidad hasta extremos insospechados, es alterar la conciencia del público con el fin de que mire el mundo desde otra perspectiva, de otra manera. Quizás como nos miran a nosotros los retratos –impactantes, sublimes- de los seis adolescentes con que se cierra la exposición.
Salí de Foto Colectania preguntándome qué diantres me estaba pasando con tanta dosis de fotografía, tanto desconocimiento del medio, tanta alucinación por unas obras de lectura directa, tanto flipe frente a la simplicidad de unos gestos, tanta admiración por trabajos bien hechos, tanto goce frente a miradas tan profundas, tanta perplejidad frente a escenarios posibles, tanta felicidad frente a descubrimientos tardíos, tanto de todo lo que hacía tiempo que no percibía.
Pues miren ustedes, creo que con lo dicho, ya he encontrado algunas razones.
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