Estaba yo dando vueltas alrededor de una de esas cosas-que-de-tanto-forzar-se-acaban-pasando-de-rosca cuando, por la misma relación que existe entre un huevo y una castaña, me pregunté qué era lo más raro que había visto últimamente dentro del ámbito de las artes visuales. Y no tuve que dar muchas vueltas para concluir que lo que se llevaría la palma sería Mr. Knife and Mrs. Fork, la instalación creada en 2009 por el artista danés Henrik Olesen (Esbjerg, Dinamarca, 1967)inspirada en su propia familia y que, hasta el próximo 31 de marzo, todavía se puede ver dentro de uno de los gabinetes de la exposición Formas Biográficas. Construcción y mitología individual comisariada por Jean-François Chevrier para el MNCARS de Madrid.
Ahora bien, antes de referirme a esta obra, me gustaría decir lo que, conocía de este artista: nada. Porque nunca había visto nada de él ni nadie me lo había mencionado. De modo que, para mí, formaba parte de ese grupo de artistas cuya existencia ignoraba y de la que, por el hecho de exponer en el Reina, quizá se suponía que debería saber. En segundo lugar me gustaría decir que, inmerso en este mar de desconocimiento, hubiera jurado que Olesen, si todavía no había fallecido, poco tiempo le faltaría. Y no es que deseara que fuera así sino porque por el tipo de obra que me conducía hacia su producción, nunca hubiera sospechado que, en el supuesto de saber cómo se identifican, pudiera ser un artista de hoy. Lo que me hacía dudar era lo siguiente: la torpeza manual de la obra de la que hablaremos, su simplicidad formal, la rudeza de los materiales utilizados, su mala factura, el punto de cutrez que destilaba, su intrigante dejadez, la relación que establecía con lo inmediato, la desasosegante disposición espacial, la desnuda intimidad del texto que la acompañaba y ese misterio que, dos meses después, todavía me recordaba el impacto que me causó. Tanto la primera vez como la segunda y la tercera. En tercer lugar quería decir que todavía hoy no alcanzo a entender qué es lo que me impulsa a escribir lo que todavía no sé cómo va a terminar. No sé si será por los materiales a los que recurre Olesen –listones de madera, tornillos, uñas, patatas, ramas, rotulador edding, clavos, caja de cartón, cubiertos y una jarra-, el texto teatral-becketiano que se entrega al visitante, la suerte de recogimiento en el que se repliegan sus esculturas o el vínculo que mantienen con unos personajes pese a que su apariencia nada tenga de humano… Francamente, no tengo ni idea.
Al empezar a investigar sobre este artista supe que en 2012 Olesen fue galardonado con el Wolfgang Hahn Prize Cologne, un premio que, otorgándose desde el Gesellschaft für Moderne Kunst am Museum Ludwig de Colonia, recayó en él por centrarse, desde 1990, en la producción de una obra armada sobre cuestiones de identidad, la construcción social de las normas y la materialización y simbolismo de los objetos. Según declaró Chus Martínez -uno de los miembros del jurado compuesto, además, por Kasper König, Enno Scholma, Gabriele Bierbaum, Sabine DuMont Schütte y Robert Müller-Grünow- no es el objetivo de Henrik Olesen producir una obra con un contenido claro. Dice Gutiérrez que lo que principalmente hace este artista es desarrollar una «sintaxis individual y una forma de presentación muy particular a partir de la ruptura de las estructuras familiares así como de nuestra pertenencia a una determinada cultura».
La instalación a la que nos referimos y en la que se ponen de manifiesto las curiosas relaciones que existen entre los miembros más cercanos de la familia del artista -o sea: su padre, su madre, su hermano- y entre estos y él mismo, es la que se puede ver en el gabinete que J-F Chévrier denomina Ensamblaje (auto) biográfico. Se trata de un gabinete que, considerando que la «leyenda autobiográfica que se produce en la construcción de una mitología individual, es una crítica del biografismo y da forma a las crisis de identidad vividas por el individuo en sus diversas relaciones de pertenencia cultural y social», nos induce a deducir que de lo que se trata es de un espacio de crisis. De modo que no es de extrañar que las obras que Chévrier incluye en este apartado, se delineen en una actividad psicográfica, se representen, se pongan en escena o, literalmente, se dramaticen. Es decir, lo que por reducción de la figura humana a su mínima expresión materializa Henrick Olesen con las formas del montaje constructivo al que se consagra para la realización de esta obra tan inquietante como extraña y descarnada.
Poniendo de manifiesto cuestiones relativas a la reproducción, la auto-producción y la construcción de una identidad que pasa por la separación del núcleo familiar, las dudas que genera en relación a unos orígenes de los que se huye y su modo particular de referirse a la libertad, Mr. Knife and Mrs. Fork está compuesta de cinco partes: Retrato de mi padre, 2010 -hecho con madera y una patata- Retrato de mi madre, 2009 -hecho con madera, pintura y tornillos- Ángulo, 2009 -hecho con madera,uñas, pintura y tornillos- Autoproducción, 2009 -hecho con una rama, rotulador edding y clavos- y El Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía presenta al Señor Cuchillo y a la señora Tenedor, 2009 -consistente en una caja de cartón de Doritos, un cuchillo de plástico, un tenedor de metal y una jarra. Un inquietante ensamblaje de materiales y objetos de diversa índole, vinculados con el concepto artístico de Duchamp, Warhol y Koons, ubicados en un espacio sumamente desasosegante y que Chévrier ha querido que compartiera con Cabeza del padre del artista, una escultura de Alberto Giacometti de 1927 en la que, de modo magistral, se expresa la ternura filial en relación al rigor impersonal que da lugar a una forma plástica.
Pese a no tener ninguna duda de que la asociación entre los personajes-listón de Olesen y las figuras alargadas y delgadas de Giacometti podía basarse en su afinidad formal y el modo de sintetizar el carácter del hombre y el calado de sus relaciones interpersonales, había algo en esta sala que me dejaba intranquilo. Y no ha sido hasta hace unos días -es decir, hasta casi dos meses después de haber visto la exposición por primera vez- cuando he creído entender su porqué.
Y lo voy a contar:
Estaba yo en la biblioteca de la Fundació Antoni Tàpies dando vueltas alrededor de una de esas cosas-que-de-tanto-forzar-se-acaban-pasando-de-rosca, cuando vi entre mis manos varios catálogos de Louise Bourgois, una artista a la que siempre he admirado. Hojeando entre sus páginas lo que fue su producción de finales de los años 40, hallé lo que, sin esperar, me puso sobre la pista de un posible eslabón perdido entre la obra de Giacometti y la de Henrik Olesen. Se trataba de Les personnages, una serie de esculturas concebidas por Bourgois entre 1947-49 consistentes en figuras de madera pintada con una referencia remota a lo que podría ser la figuración así como con pistas de su carácter «humano» en títulos descriptivos como Sleeping figure, Observer o tan directas como Portrait of C.Y. Concebida como una instalación -quizás una de las primeras de la historia del arte- esta obra de Bourgois encierra en la desnudez de sus formas, un breve catálogo de las relaciones sociales que, para sobrevivir, establecemos entre nosotros. Si a esto le sumamos que Louise Bourgeois empezó a crear esta obra recién llegada a Nueva York con el fin de suplir a través de su presencia los seres que amaba y que tuvo que dejar en Francia, no es difícil imaginar qué nos quiere decir la artista agrupándolos en pares, formando grupos, dejando algunos aislados o evocando a través de esta disposiciones la relación que existe entre los objetos, los espectadores, el espacio y, en su conjunto, con la construcción autobiográfica de una instalación entendida como un grito.
Al tiempo que esta serie de obras se inscribe en una tradición artística emprendida por Brancusi y Giacometti, también comparten cierta afinidad con el arte tribal y la función fetichista y exorcista a la que, según el marido de la propia Bourgeois, se adscriben las esculturas que realiza esta artista francesa.
Sin poder asegurar que Les personnages de Louise Bourgeois estarían en el origen de los personajes de Olesen a los que Chévrier identifica como «antisimulacros genealógicos» en los antípodas del parecido fotográfico, lo cierto es que, a partir de una de las líneas de investigación que parece seguir la artista francesa, se diría que lo que investiga Olesen son las estructuras de poder y los sistemas de conocimiento para revelar las lógicas y las reglas inherentes de la normalización social y política.
Y hasta aquí pienso llegar. Porque me acabo de dar cuenta que, por no saber qué decir acerca de la obra de un artista que desconocía y que, desde una densa exposición de tesis, me seguía llamando la atención, no puedo dejar de sorprenderme por los caminos por los que me he perdido.
Quizás sea por eso que todavía me atrae el arte.
Por lo que dice. También por lo que se deja decir.
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