(Aviso: hasta el quinto y último intento no se opina sobre la exposición)
Ignoro si le ha pasado a alguien más, pero yo no recordaba cuándo fue la última vez que estuve en la Galería Trama de Barcelona. De lo que sí me acordaba, sin embargo, era que estaba en la calle Petritxol, que se encontraba a mano izquierda bajando en dirección hacia la Plaça del Pi, que el tipo de obra que exponía no era exactamente el que más me interesaba, que venía a ser como la sección joven de otra galería cuya obra tampoco me interesaba especialmente y que, por todo ello y que, desde hace años, prefiero otra chocolatería que las que se encuentran en esta calle, no había nada que me impulsara ni tan siquiera a transitarla. La calle, me refiero.
De modo que cuando fui para ver Iceberg Z46 de Jordi Fulla y Jo Milne, me perdí hasta el punto de sentirme como un idiota porque ¡mira-que-es-pequeña-esta-calle!. Pero al final lo conseguí y hallé la galería en la parte superior de la Sala Parés. Donde, por lo visto, lleva tiempo instalada… Y allí estaba la exposición.
Primer intento: Iceberg Z46, es un proyecto expositivo de Jordi Fulla y Jo Milne. Que no un proyecto comisariado. De modo que no tardo demasiado en hacerme algunas preguntas muy simples. Cuestiones que me asaltan como quien no quiere la cosa: ¿no lo llaman comisariado porque, como ellos, son todavía muchos -en especial artistas/comisarios- quienes tienen una idea de esta profesión tanto o más confusa como lo es su propio ejercicio?, ¿será que el comisario es poco menos que un impresentable, un censor o un ser que está en el mundo para amargar la existencia a los artistas?, ¿será que está muy claro lo que significa el verbo comisariar?, ¿será que todos los comisarios y comisarias son iguales?…
En fin, que nunca deja de sorprenderme los problemas que genera una simple palabra. Porque al final, todo se reduce a esto.
Segundo intento: Iceberg Z46 es un proyecto expositivo de Jordi Fulla y Jo Milne. Tal como dice la hoja de sala, el proyecto está compuesto de unos «trescientos elementos de los cerca de ochocientos que han recogido durante los últimos meses en las visitas efectuadas a los talleres de los artistas vinculados a Barcelona, con la pintura y el trabajo de taller como hilo conductor». Si la lista de los treinta artistas que visitaron se puede ver en los enlaces que se adjuntan al final de este texto, me gustaría decir que, entre los elementos seleccionados, se pueden ver algunos de Joaquim Chancho, Jack Davidson, Gonzalo Elvira, Gino Rubert, Sabine Finkenauer, Francesca Llopis, Regina Giménez, Rafel G. Bianchi, Xavier Grau, Charo Pradas, Miquel Mont, etc. Lo que no está nada mal. Ahora bien. Yo, porque estoy metido en esto del arte y sé más o menos de qué va la cosa, pero, ¿qué creen ustedes que puede pensar quien lea este párrafo sin tener ni papa del arte, su sector, sus problemas con las palabras y con los suyos propios?, ¿creen que es posible asociar la palabra elemento con algo hecho por un artista?, ¿creen que un artista hace elementos?… Francamente, yo no.
Tercer intento: Iceberg Z46 es un proyecto expositivo de Jordi Fulla y Jo Milne a partir de la selección de unos elementos con los que quieren reivindicar el extraordinario potencial de una práctica que, como la pictórica, parece que está especialmente maltratada en la ciudad de Barcelona. Vamos, ¡como si no hubiera nada más en qué preocuparse que organizar una cruzada en contra de la pintura!. Yo creo que actualmente, tanto en Barcelona como en el resto del mundo, hay otro tipo de preocupaciones bastante más graves que merecen más atención. De modo que no creo que la situación de la pintura en esta ciudad deba figurar entre los factores a tener en cuenta a la hora de concebir una exposición. Y menos como la que estamos comentando.
Cuarto intento: Iceberg Z46 es un proyecto expositivo de Jordi Fulla y Jo Milne a partir de la selección de unos elementos que, aunados entorno a la idea de iceberg a modo de metáfora, recrea lo que vendría a ser una suerte de «gabinete de curiosidades». Una estancia cubierta prácticamente en su totalidad por el material que seleccionaron del taller de unos artistas que accedieron a que se lo llevaran con el fin de exponer lo que nunca se ve y que, para los proyectistas, es el «material procesual que corre por los estudios». Es decir, esas notas, apuntes, fotografías, esquemas, frases, objetos, trozos-de-lo-que-sea, esbozos, referencias, animales disecados, piedras o lo que uno quiera y se pueda imaginar que, si tienen la fortuna de no haberse roto la crisma en su peculiar carrera por los estudios, puede que terminen convirtiéndose en lo que el público no dudaría en identificar como una obra de arte. Así de simple y llanamente.
Descontextualizando estos fragmentos-que-corren-por-circuitos-taller y otorgándoles la entidad de una obra que se expone en una galería, los proyectistas quieren que seamos conscientes de la importancia que tiene este material procesual y del modo de superar con creces lo que suele verse de un artista, es decir, nada importante: su obra terminada. Pues bien, en este punto también discrepo puesto que para glosar, exponer, visibilizar, evidenciar, frenar en su carrera y acercar al público lo que suele estar escondido de la vista de los desconocidos, no creo que se deba menospreciar una obra acabada ni sacar de quicio lo que es un apunte. Basta con que cada cosa sea vista como a uno le dé la gana y olvidarse de lo que, quizás, nadie se plantea viendo expuesto en una galería lo que suele vagar por un taller. Es más, si vaga por el taller es porque el artista lo quiere. Y si no, pues que lo saque. Y si no lo saca, pues que no le echen las culpas a nadie. Al fin y al cabo el taller es donde se guarece el artista para trabajar cuándo y cómo desea y cualquier parecido con las Ramblas un Domingo a las 12 del mediodía no deja de ser pura ficción.
Quinto y último intento: Si no hubiera leído nada ni hubiera asistido a la charla/coloquio que Jordi Fulla dio el pasado sábado 29 de marzo por la mañana en la galería, diría que Iceberg Z46 es una exposición sumamente exquisita, comisariada por dos artistas de la galería, trabajada con una sensibilidad y rigor al margen de toda duda, formada por cerca de trescientos esbozos o material de trabajo procedentes del taller de treinta pintores, dispuestos y encajados en la galería como, posiblemente, serían pocos quienes conseguirían hacerlo con tan buenos resultados, que vista la exposición en conjunto sería, en sí misma, una obra de arte, que la idea de trabajo de taller queda perfectamente explicada, intuida, esbozada, dignificada y clarificada y que lo único que puedo hacer es felicitar sinceramente a Jordi y Jo por el trabajo que han hecho así como al galerista por haber apostado por algo semejante. Pero la cosa no acaba aquí: con motivo de la exposición se ha editado un catálogo que es una verdadera maravilla y, además, a un precio muy asequible, 10€. Cada artista tiene una página y en ella ha puesto lo que mejor le parecía, por lo general, imágenes del taller, ese fantástico lugar por el «que corren los elementos». Y además de todo eso, se ha hecho una página web con información detallada de lo expuesto y que constituye en sí misma otra joya a tener en cuenta. Se trata, en consecuencia, de un trabajo digno de reconocer y por el que estar, no sólo orgulloso, sino entusiasmado, pletórico y de subidón-subidón. De modo que, ¿qué mejor que dejarse estar de reivindicaciones que no vienen al caso, rencores insanos, fantasmas inevitables y disfrutar con todas las de la ley del trabajo que se ha hecho?, ¿está mal visto reconocer la valía de un trabajo?, ¿nos da vergüenza?, ¿por qué?.
En su charla del sábado, Jordi Fulla, tras el repaso que hizo del panorama artístico/pictórico de la ciudad de Barcelona en clave, no pesimista, sino apocalíptica, dijo algo que me hizo perder los nervios. (Es un decir, se entiende). Y es que debemos cambiar el sistema. Pues bien, más que cambiar el sistema yo creo que lo que hay que cambiar es la actitud de cada uno de nosotros. Y eso pasa, por ejemplo, por reconocer lo bueno y lo malo que se hace, por no echarle la culpa a los demás de nuestras desgracias, por hacer nuestro trabajo de la mejor manera posible, por ser responsables de nuestros actos, por ser capaz de decidir, por ser consecuente con estas decisiones y mirar hacia adelante en lugar de lamentarse por lo que no ocurrió en el pasado. No quiero decir con ello que nos debamos convertir en Heidi sino de intentar sacar de uno mismo lo mejor que tengamos. Y eso, que es de un perogrullo que asusta, sí que puede producir algún efecto, algún cambio. Cuando menos en nosotros mismos. Es decir, en el primer peldaño de ese sistema en el que si estamos es porque nos da la gana. Porque nadie nos obliga a estar en él.
No quisiera que lo que acabo de decir se interpretara como un ataque a los comisarios de la exposición. Nada más lejos de mi intención. De verdad. Admiro sinceramente el trabajo que han hecho, los he felicitado por ello y creo, además, que estaría muy bien que más de uno/a se pasara a verla para captar la esencia de más de una cosa. Ahora bien, de lo que sí estoy absolutamente en contra es de las actitudes negativas. Y no porque crea que estamos en un jardín de rosas sino porque si ni nosotros mismos somos capaces de ver lo bueno e interesante que hay en lo que hacemos -y les juro que hay-, ¿quién creemos que somos para echarle el muerto a los demás?, ¿esperamos que nos tomen en serio?, ¿esperamos que nos salven de nuestra desgracia?, ¿quién?, ¿tan desgraciados somos?…
En fin, que cuando una exposición es buena vale la pena decirlo, disfrutarla, dejarse llevar, olvidarse de malos rollos, olvidarse de las «numerosas deficiencias sistemáticas», dejar de pensar en caídas al vacío y, sobre todo, hacer lo posible por ir a verla otra vez.
Yo, por si acaso, ya lo he hecho en tres ocasiones.