Eulàlia Valldosera. Palau de la Música Catalana, Barcelona

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Eulàlia Valldosera nació el mismo año que yo y junto a Montserrat Soto, Susy Gomez, Ana Laura Aláez, Marina Nuñez, Dora García, Bene Bergado, Ana Navarrete, Ana Prada, Begoña Montalbán y muchos otros,  forma parte del grupo de artistas que empezó a transitar por el arte hacia la misma época que yo -entre finales de los 80 y principios de los 90- y que, con mayor o menor fortuna, han conseguido resistir los envites de un sistema que ha pasado de dorarles la píldora a considerarles, en algunos casos, poco menos que un mueble fundamentando este cambio de persepectiva en excusas inverosímiles y sin caérsele la cara de vergüenza. Me refiero al sistema. En general. Porque chungo lo es un rato. En especial, cuando ya no eres joven y de lo que se trata es de valorar tu trabajo. Única y exclusivamente.

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Pues bien, años después de aquella época en que nadie te discute nada pero que-vete-preparando-porque-cuando-suceda-vas-a-flipar, Eulalia Valldosera muestra en el Foyer del Palau de la Música Catalana de Barcelona Botellas Interactivas (forever living products #3), 2008-2009 y, en su escenario, el vídeo Dependencia mutua, realizado en 2010 y programado para que se proyecte antes de los conciertos del Palau 100 de los días 4 y 9 de abril. Se trata de dos obras en las que la limpieza doméstica es elevada a la «condición de ritual» poniendo en evidencia la complejidad de sus códigos y sacando a relucir las lecturas sumergidas entre la toxicidad de sus productos, junto al polvo recogido en los trapos de limpieza, entre los brazos de un mocho, tras la cruda realidad de quienes viven de todo ello, a partir de la hipocresía de quien lo fomenta y, en definitiva, con la necesidad de no olvidar que la mierda que hay en casa somos nosotros quienes la generamos. Básicamente.

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En un ejercicio del tipo «si-la-montaña-no-va-a-mahoma / mahoma-va-a-la-montaña», lo que ha hecho Valldosera colocando sus botes de Fairy, Norit, Estrella, Neutrex, etc en el Foyer y, sobretodo, proyectando Dependencia Mutua -el video en el que la asistenta rumana y sin papeles de su galerista napolitana le saca el polvo a una estatua de mármol depositada en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles- antes de dos conciertos de uno de los programas que, con permiso del Liceu, agrupa a más burgueses por metro cuadrado de todo Barcelona, es intentar llamar la atención acerca de la realidad de un colectivo desprotegido, maltratado y anónimo. Pero no a cualquiera sino a quienes deben pensar que Dia, Lidl, Condi, Consum o Keysi son nombres comunes y no supermercados de donde salen los productos con los que se limpian sus excedentes corporales. ¿Y qué quien los limpia?, pues algunas de las asistentas que han embutido sus testimonios en los botes de limpieza que la artista ha dispuesto sobre una mesa para que, quien ose y lo desee, los levante, se los ponga en la oreja y escuche pacientemente lo que les tienen que decir.

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Aunque el día que fui al Foyer para ver esta propuesta de Eulalia estaba plagado de turistas y casi nadie reparaba en la zona cero con segurata donde se habían instalado los botes de limpieza para uso de potenciales consumidores, me imaginé la escena que se podía dar momentos antes de un concierto como los del Palau 100. Esos conciertos cuyo interés, además de centrarse en la indiscutible calidad del programa, son la excusa ideal para sacar, en invierno, esos abrigos de animal que durante el resto del año permanecen encerrados y conservados en formol. Ignoro si alguna de sus propietarias -o esposo- caería en la tentación de acercarse al oído un bote de Fayri. Si es así, puede que lo que escuche no le resulte muy agradable. Y, de ser así, puede que lo deje en la mesa como quien deja un anillo para lavarse las manos. En fin, que debe ser bonito presenciar este momento.

Si las intenciones y mensaje de esta propuesta son tan claras como lo que acabamos de decir hay algo que, a mí personalmente, no me permitió acceder al verdadero tufo de este asunto. Y es que todo, es decir, los botes, la zona cero, el segurata, el atril con una obra seriada y firmada de Valldosera, la pantalla de video instalada junto a la mesa con otra de sus obras y, aunque no lo pude ver, el pantallón tipo Viola instalado en el escenario del Palau amenizando la entrada de los próceres de la burguesía catalana a un acto de postín, se me antojó como demasiado limpio, aséptico, a medias tintas, entre-que-si-y-que-no, entre perverso y naïf y, sobre todo, liberado del contenido que tiene y que, en el fondo, es el que me transmitieron estas obras en sus apariciones en el Reina Sofía, la galería Joan Prats o donde quiera que se hayan expuesto. ¿Será que el peso del Modernismo resulta sumamente insufrible para la contemporaneidad?, ¿será que hay que ponerse serio para que se den las condiciones que exige la exhibición de una obra?, ¿será que no se aprende a decir que no?, ¿será que el artista debe seguir transigiendo?, ¿dónde está la responsabilidad del artista?

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Sin que se trate de una propuesta inolvidable pero sí la de una artista con una credibilidad y respeto conseguidos tras años de trabajo y resistencia en el laberinto del arte, tanto esta intervención en el Palau como su anterior para la felicitación de Navidad de la Fundació Joan Miró, se enmarcaría dentro del tipo de acciones que, a partir de cierto momento en la carrera de un artista, se suelen aceptar por muchas razones. Entre ellas, para mantener viva la llama de una presencia al margen del huracán donde lidia la emergencia artística para hacerse un lugar en el sistema del arte.

El mismo sistema que, años después, ni va a pestañear cuando los eche a patadas. Ley de vida.

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