Cuando hay tres elementos, suele ser el del medio quien da la nota. Bien por ser el jamón que da alegría a un bocadillo o El del medio de los chichos por el que se pregunta Estopa desde 1999 o quien convierte en trío a una pareja aburrida o… por ser el encargado de hacer algo entre dos espectáculos vinculados a un mundo que, como el de las artes escénicas, no es precisamente del que se procede. O sea, lo que hizo Luz Broto el pasado 25 de abril cuando fue invitada a participar en la séptima y penúltima de las sesiones programadas en la tercera temporada de la Secció Irregular. O sea, en la temporada 2013-14.
Con el ánimo de «poner el énfasis en la capacidad especulativa de las propuestas artísticas» a través de una programación en la que, de manera inteligente, se evidencia no sólo la relación que existe entre la danza y el arte experimental sino también el submundo creativo que respira entre los lindes de disciplinas artísticas interesadas en la reformulación de una existencia determinada por lo que somos y nos rodea, la Secció Irregular ha conseguido hacerse un hueco en la escena artística de Barcelona a través de la presentación de piezas, instalaciones, conferencias y talleres caracterizados por la plena convicción de sus artífices, el factor sorpresa, el encuentro entre lenguajes creativos de diversa índole, la ausencia de miedo al riesgo, las ganas de seguir barruntando a partir de sus presupuestos y la capacidad de mantener desengrasada nuestra termomix cerebral para evitar que se oxide y no podamos hacer más cremas. De modo que no es de extrañar que, en el marco de un proyecto especializado en lo imprevisible, lo inesperado, lo heterodoxo y la «naturaleza viva de las prácticas artísticas», se hubiera optado por incluir a Luz Broto en el específico espectro de una programación más que notable.
Quienes estábamos al corriente de la existencia de Luz Broto sabíamos que forma parte de una generación de artistas dispuesta a sacudir los convencionalismos que rigen las lecturas del arte, los tópicos que determinan las dinámicas expositivas o las directrices que mantienen a las instituciones públicas a la cola de lo que se cuece en la escena artística de esta ciudad a partir de la revisita a unas prácticas artísticas conceptuales centradas en la participación y aportación del espectador en la investigación de fenómenos imperceptibles o, en apariencia, fútiles o poco importantes. Asimismo no dudábamos en convenir que, más que tratarse de simples propuestas, lo que esta artista planteaba eran experiencias que no se olvidan por poco que conecten con el espectador en el momento que sea. Si la práctica por la que se conoce a esta artista tiene que ver con su capacidad de sumergir al público en una suerte de desconcierto del que difícilmente se abstrae o libera si lo que espera es una respuesta clara y objetiva, las vías a las que recurre Broto para que el proceso de construcción de su obra sea tanto o más importante como la idea que lo activa, suelen ser tan variadas como el contexto donde se inscriben, el público que ve activadas sus neuronas, los condicionantes que lo hacen posible, la lista de errores que genera así como las posibilidades que suele ofrecer para enfrentarse a solas o en grupo a la aprehensión de lo desconocido, lo invisible y lo sutil desde el terreno de la poesía, lo social, lo político o lo artístico.
Ahora bien, quienes no sabían de la existencia de Luz Broto y fueron al Mercat de les Flors para ver Hacia una estética de la buena voluntad -la propuesta concebida por Amaranta Velarde alrededor del futuro imaginado por Houllebeq en su libro Las partículas elementales– o Sin Título –otra de las exploraciones de la composición algorítmica y deconstructiva de la cultura rave por parte de Evol y su música generada por ordenador- es bien probable que sigan sin saberlo puesto que la artista no fue vista por ninguna parte. Y eso que no hubo nadie que se hubiera librado de pasar por el cedazo que concibió para trasladar al público desde la sala donde actuó Amaranta a la que poco después lo haría Evol. Es decir, desde la pequeña y acogedora sala Pina Bausch a la Maria Aurèlia Capmany, la grande, grande. La sala, quiero decir.
Al final de la actuación de Amaranta y sin que se entendiera con claridad que se trataba del proyecto de Luz Broto, Quim Pujol -parte del triunvirato que, junto a Cristina Alonso y Marc Olivé, dirige y programa la Secció Irregular- se dirigió al público para invitarle a abandonar la sala por cualquiera de sus puertas y no necesariamente por la que había entrado. Tras un primer momento de confusión y de preguntas del tipo «¿qué ha dicho?, ¿por dónde hay que salir? o ¿qué nos van a hacer ahora?», la sala empezó a oxigenarse hasta quedar totalmente vacía. Junto a quienes optaron por la vía convencional y salieron por la puerta que habían entrado, hubo quienes, como yo, decidimos hacerlo por la que no conocíamos. Los otros, los demás, puede que no tuvieran idea de lo que estaba sucediendo. Y es que, salvo quienes hubieran leído la «hoja de sala», era difícil imaginar que aquella era la llave que abría la puerta a la obra de Luz. En aquella hoja, además de una breve introducción a la artista resaltando su vinculación a las artes visuales, se decía que, a partir del trabajo que lleva a cabo en torno a la presencia, el espacio y una disposición de los cuerpos que nos podrían remitir a la del teatro o hasta incluso, a la de la coreografía, la artista había ideado un tránsito de itinerario indeterminado a partir del recorrido que sigue el público por el interior del teatro.
Sin más indicación que las flechas que vimos y seguimos en cuanto abandonamos la sala Pina Bausch, el público empezó a perder el camino sin saber hacia dónde iba. Sin saber dónde se hallaba. Creyendo que por la ruta escogida alcanzaría cuanto antes el lugar de la siguiente actuación, se daba de bruces con otro grupo de perdidos saliendo por la puerta por la que pensaban entrar. Al saber que por allí no se iba a ninguna parte, se precipitaba en otra dirección buscando una puerta donde hubiera otra flecha. Sin saber que tras esta puerta había otra y tras esta otra y tras esta otra y tras esta… una habitación cerrada, sin luz, una puerta sin salida, o sea, un cul-de-sac. De vuelta al lugar por donde creía haber pasado, aparecía como por arte de magia frente a Amaranta y Diana quienes, en su intento por desmaquillarse, veían como otro grupo de descarriados aparecía de repente por la puerta de atrás. Entre risas, fandanguillos, alegrías y algún que otro conato de agobio al ver que la salida no existía y que, más que el interior de un teatro conocido, aquello parecían las entrañas de un laberinto tridimensional, se fue aligerando la presión al ver una sala con planos por el suelo y la llegada a lugares más o menos conocidos aunque no fuera por el habitual. Total, para nada. Porque tocaba empezar de nuevo para alcanzar la sala donde Evol esperaba sentado.
Quizás porque la propuesta era de duración indeterminada fueron eternos los momentos que pasamos entre bambalinas, habitaciones comunicantes, camerinos y más camerinos, estancias de uso confuso, pasillos y escaleras entrecortadas, luces tenues o cegadoras y esa sensación de pérdida en el espacio sometida al albur de un cuerpo moviéndose sin parar para llegar cuanto antes donde se le estaba esperando. Durante ese tiempo indetereminado en que parece que el reloj se fundió, fueron innúmeras las situaciones a las que nos enfrentamos sin saber cómo reaccionar. Como también las caras que vimos de frente, el catálogo de expresiones sobre rostros desconocidos, distintas modalidades de voz expresando emociones contradictorias… Es decir, todo y nada a la vez. De manera simultánea y sin que nadie mediara. Solo nosotros, de paseo y con prisa. Entre el descubrimiento de un espacio y las ganas de llegar. Subiendo y bajando escaleras para volver a subirlas y seguir bajando….
…y todo, quizás, para entender que la propuesta de Luz era, justamente, esto. Es decir, el tránsito de unos cuerpos por el interior de un espacio siguiendo un itinerario indeterminado, la activación de un protocolo del que nadie se pudo zafar y la repetición de preguntas que, a la manera de un mantra, no dejamos de formular… para comprender en qué consistía todo aquello, para qué se había hecho, cuál era su verdadera finalidad.
Si es que había alguna. O no.
Es decir, más allá de lo que vivimos. Cada uno.