En el arte como en la vida, el interés -en el sentido de atracción, fascinación, afinidad, incentivo o aliciente- es un impulso que surge cuando hay algo que motiva, transporta, seduce, conduce o interpela. En este sentido se podría decir que, al igual que sucede en etiología -ciencia centrada en el estudio de la causalidad- o en psicología, el origen de este impulso que condiciona nuestro interés, puede ser endógeno -cuando hace referencia a algo que se origina o nace en el interior o que se origina en virtud de causas internas- o exógeno -cuando hace referencia a algo que se genera o se forma en el exterior o en virtud de causas externas-.
Por bien que lo que acabamos de decir podría ser cierto o no, no deberíamos deducir que, por el hecho de proceder del interior o el exterior, el interés de una cosa es mejor o peor. Porque aunque, a veces, es difícil discernir los límites que existen entre ambos segmentos, lo importante es constatar que, mientras se sigue vivo, siempre hay cosas que nos pueden motivar. De forma que, cuando llegan, nos deberíamos alegrar ya que, además de certificar que seguimos vivos, nos permite entender que nuestras vidas son, sobre todo, fuentes inagotables de recursos vivificantes. Por ello no está mal que, de vez en cuando, lo recordemos.
En mi artículo anterior dedicado a Costa da morte de Lois Patiño hacía mención al matrimonio de cineastas franceses Jean-Marie Straub (Metz, F, 1933) y Danièle Huillet (Paris, 1936 – Cholet, 2006, F). Concretamente, al referirme a los vínculos que la crítica especializada había establecido entre la película Arraianos de Eloy Enciso y la manera en que aquel matrimonio nos introducía en la idea del hombre como parte del paisaje y de la cámara como observadora de un orden especial que, bajo ningún concepto, se debía perturbar. Confieso que, por el hecho de haber llegado a ellos a través de esta película de Enciso y a hablar de Arraianos por el recuerdo que me había despertado la de Patiño, no tardé mucho en pensar que tarde o temprano me pondría a investigar sobre el cine de Straub/Huillet y el modo en que, a través de sus películas, nos proponían una visión del mundo basada en su potencial poético, riguroso, exigente y respetuoso.
Por una de esas razones que acostumbran a surgir y que nos impelen a posponer lo que nos habíamos propuesto, el tema Straub/Huillet quedó aparcado en mi memoria. Pero no así sus nombres. De modo que, cuando fui a ver la exposición de Harun Farocki en la Galería Àngels Barcelona y reparé en su presencia en el título de una de las obras que allí se mostraban, lo primero que sentí fue una gran alegría. No sólo por constatar que el matrimonio francés se cruzaba de nuevo en mi destino sino también porque, a través de su influencia, me empezaba a interesar por la obra de un artista que, pese a su importancia, repercusión, influencia y demás -según dicen los expertos- nunca antes me había interpelado.
Comisariada a modo de homenaje por Antje Ehmann -artista, comisaria, escritora, compañera y colaboradora de Farocki en el proyecto Labour in a single shot, y que, según dice la nota que distribuye la galería, «investigaba el tema del trabajo, produciendo videos de una sola toma, de 1 ó 2 mins. de duración, en 15 ciudades de todo el mundo»- la exposición consta de cuatro películas realizadas por Farocki entre 1967 y 1997. Treinta años en los que, habiendo dirigido y producido más de 120 películas e instalaciones destinadas a analizar el poder de las imágenes que se distribuían principalmente a través del cine, la televisión, la publicidad y los medios de comunicación, han sido más que suficientes como para considerar a Harun Farocki como uno de los grandes referentes del pensamiento y la cultura contemporánea. Y yo sin saberlo. En consecuencia, ya se pueden imaginar lo contento que me puse frente a la posibilidad de amortiguar mi sentimiento de culpa en relación a este artista y su obra. Aunque sea levemente, por razones imprevistas y a la manera de un desafío por algo que me decían que debería saber o que no sabía demasiado bien.
Si las cuatro obras de Farocki de esta exposición son una suerte de invitación a querer ver más, la que a mí, personalmente, me atrapó no fue la primera que sino la última vi. Una obra a la que llegué tras el visionado de The words of the Chairman -rodada en 1967, de 3 min de duración y pensada para hablar, a la manera de un spot publicitario, de la ola de oposición que creció en Berlín Occidental tras la llegada a esta ciudad del Sha de Irán y la posibilidad de que las palabras sean vistas como armas-, Some problems of anti-authoritarian and anti-imperialist urban warfare in the case of West Berlin or: The Newspapers -rodada en 1968, de 17 min de duración e incluida como «parte de la campaña estudiantil que tuvo lugar en 1968 en Berlín Occidental contra el grupo de prensa Springer, el cual dominó el panorama mediático alemán y la opinión pública durante el periodo de posguerra»- y The expression of Hands -una maravilla de 30 min, rodada en 1997 y destinada a analizar «el uso de las manos respecto al resto del cuerpo en la historia del cine»; parece ser que esta película, además, está «considerada como una de las obras más importantes de la «enciclopedia de expresiones fílmicas» que se propuso Farocki y en la que trabajó continuamente durante las dos últimas décadas»- tres películas suficientemente complejas como para entender el alcance de la obra de Farocki y la importancia de su visión en el análisis de nuestro entorno.
Afectado por el influjo de unas obras que, quizás por el modo en que se habían instalado, me habían interesado como nunca antes había sentido, me senté frente a la que, para mí, fue definitiva para acabar de convencerme: Jean-Marie Straub and Danielle Huillet at Work on Franz Kafka’s «Amerika», película rodada en 1983, de 26 min. de duración y centrada en la observación que hace Farocki de Straub/Huillet durante el rodaje de la película Klassenverhltnisse, dirigida por este dúo francés en 1984. El caso es que Jean-Marie Straub había sido mentor y ex-profesor de Farocki en la academia donde estudió cine y que fue como consecuencia de la admiración que Farocki sentía por él, que decidió concebir este documental. Un documental que, a la vez que se podría entender como un homenaje al director francés o un autorretrato del artista por el hecho de verlo interpretando uno de los papeles de la película de Straub/Huillet, el documental ofrece la posibilidad de acercarse de maravilla al modo en que el matrimonio francés solía enfrentarse a su trabajo de dirección. Es decir, dirigiendo a los actores como si fueran directores de teatro, repitiendo con minuciosidad y hasta el agotamiento las escenas de sus películas e intentando sacar de su trabajo no sólo el enfoque intelectual, el rigor y el ascetismo por el que se les conoce mundialmente sino también por lo que hemos apuntado al principio y que tiene que ver con su capacidad de reflejar el orden que existe entre las cosas y su deseo de no perturbarlo por nada del mundo. Algo que Farocki no sólo entendió sino que supo plasmar a la perfección con el fin de compartir con el espectador la intensidad de una experiencia sin alterar la verdad.
Si observar es más suficiente como para acceder a lo que no se entiende, quizás basta con reparar en Farocki para acercarse a su obra. Y no me refiero como artista y/o director. Concebido como un homenaje a los pocos meses de su fallecimiento, el hecho de saber que Farocki aparece en estas películas, me permitió derivar su influencia en el interés que desde entonces profeso.
Y es que nunca es tarde para acercarse a la obra de nadie. Por conocida o desconocida que sea.