Jorge Ribalta. «Ángeles nuevos. Escenas de la reforma de la plaza de la Garduña, Barcelona (2005-2018)». Palau de la Virreina, Barcelona.

En 1974 decidió instalarse en la Place Saint-Sulpice de París para anotar, en distintos momentos del día, lo que veía, lo que le llamaba la atención. Por algo, por cualquier cosa: las idas y venidas de la gente, los acontecimientos cotidianos de la calle, los animales, momentos de más o menos luz, el paso de las nubes por el cielo, automóviles en el tráfico de Saint-Sulpice, recurrentes autobuses («un 63 vacío, un 70 lleno»), el paso del tiempo, etc… Permaneció allí durante tres días seguidos y durante todo este tiempo se dedicó a hacer listados de los hechos insignificantes de la vida que acontecían frente a él, junto a él, delante de alguien tan anodino, cotidiano e invisible como todo lo que le rodeaba. La intención de Georges Perec (París, 1936 – Ivry-sur-Seine, 1982), con esta acción expandida en el tiempo, no era hacer algo. Era hacer nada. O casi nada. Porque lo que empezó siendo el cumplimiento de una normativa, una instrucción, algo que el mismo escritor se había auto impuesto, acabó derivando en «Tentativa de agotamiento de un lugar parisino«, un libro seminal en lo que a listar cosas se refiere, en especial, las que ocurren cuando parece que no ocurre nada.

No era la primera vez que Georges Perec se centraba en observar el tiempo, en querer detenerlo, aminorarlo, en desear que las cosas no sucedieran. Y un buen ejemplo de ello lo hallamos en su película «Un homme qui dort«. Sin embargo, lo de este libro es distinto puesto que lo que hace, en última instancia, es exprimir el tiempo al máximo para anotar la realidad, sus gestos anónimos, sus grandes momentos, sus detalles, observar lo micro, visibilizar lo invisible, ponerle rostro a lo imperceptible. Como podría hacer un fotógrafo. Es más, diría que el libro es como un álbum fotográfico o como un texto compuesto a base de fotografías. Una fotografía tras otra, realizadas con lenguaje verbal y compuestas a partir de una imposibilidad. La imposibilidad de no dotar de palabras lo que ve Perec, sentado en un banco, durante tres días, desde una plaza de París.

   

En el año 2005 decidió emprender un seguimiento fotográfico de la evolución de la plaza de La Garduña de Barcelona «atendiendo principalmente a aquellas modificaciones relacionadas con su morfología y sus usos públicos». A esta empresa le dedicó trece años de observación y el resultado son las cerca de seiscientas fotografías que, desde el pasado 20 de julio, se muestran en el Palau de la Virreina en la exposición titulada «Ángeles nuevos. Escenas de la reforma de la plaza de la Garduña, Barcelona (2005-2018)«. Se trata de otra de las series fotográficas de Jorge Ribalta realizadas en los últimos quince años en torno a la «representación de Barcelona en la era posterior al Fórum de las Culturas 2004, la postrera gran operación urbanística en nuestra ciudad».

Está claro, pues, que lo de Ribalta son fotografías. Pero también son relatos. Historias de la evolución de un espacio urbano (d)escritas durante largos periodos de tiempo con el ánimo de captar, como también hace Perec, la esencia de lo macro en la imperceptibilidad de lo mínimo, el adn de una ciudad en un papel arrugado al fondo de la plaza, en la sombra de un transeúnte sobre la pared de una calle, en el brazo de un obrero subiendo los andamios de un edificio, en el ala de una paloma justo antes de tocar tierra, en el trazo de un gesto cualquiera.

En base a lo que acabamos de decir, el relato de Jorge Ribalta que se puede ver en la Virreina es sólo uno de los volúmenes de una suerte de investigación que, más que eso, es un modo muy singular de trabajar, una forma de estar en el mundo centrada no tanto en agruparlo todo en torno a una sola y única imagen como en distribuir la médula de un proyecto complejo y vital en tantas imágenes como haga falta y, sobre todo, durante el tiempo que sea necesario. En este caso, tan sólo trece años.

 

Para mostrar las imágenes que componen el volumen elaborado por Ribalta, la exposición se divide en nueve apartados realizados, a su vez, durante el periodo de tiempo que se especifica. Vendría a ser como los capítulos del libro: Recién llegados, 2017-2018; Déjeuner sur l’herbe, 2016-2018; El monasterio de Santa María de Jerusalem y la Dama de la Garduña, 2016-2018; Vivienda social, 2014-2018; Escola Massana, 2015-2017; This is tomorrow calling, what have I lose?, 2015; Parking, 2005-2014; La calle de Cervelló, el otro lado, 2005-2018; Restos, 2005-2009. Se trata de una compartimentación de espacios y tiempos que, para dar debida cuenta de la evolución de la vida y paisanaje del entorno de esta plaza ubicada justo detrás del mercado de la Boquería -el gran parque temático, otrora mercado a secas- Ribalta ha decidido presentar a la manera de una «cronología a la inversa» y arrancar con el inicio del primer curso de la nueva Escola Massana y la llegada de los primeros habitantes a los bloques de edificios circundantes (entre 2017 y 2018) para terminar con las fotografías de la antigua plaza y la trasera del mercado de La Boquería, datadas de 2005. Unas fotos que, para quienes vieron con sus propios ojos lo que reproducen, es probable que les remita aquel olor tan putrefacto y vomitivo que amenizaba el tránsito hacia el parking, en el caso de que se fuera a recoger el coche.

Si el número de fotografías del proyecto podría, a priori, asustar al espectador, les recomiendo que no se amilanen por ello y vayan a ver la exposición ya que creo que se trata de una verdadera lección de montaje expositivo o cuanto menos de cómo instalar semejante volúmen de fotografías en un espacio de exposición. Y lo que me parece relevante, sin aburrir al visitante apenas llegado a la segunda sala. Para que esto no suceda y el espectador se vea impelido a seguir su visita, Ribalta aborda cada uno de los nueve capítulos sobre la base de tres elementos:

1.- Unos textos brillantes, de lectura sencilla y rápida, aportando información bien seleccionada sobre lo que se puede ver en cada sala. En algunos casos, esta información se complementa con objetos, documentos, maquetas, bolsas de plástico, ladrillos o hasta vestigios arqueológicos que permiten expandir el alcance de su análisis a niveles muy apartados de lo que se puede ver a primera vista.

2- Una agrupación de obras, en absoluto anodina, tan rica y variada en combinaciones, formas y contenidos como los temas sobre los que planea la exposición. Junto a grandes bloques de fotografías bien armados, se agradece ralentizar la lectura situándose frente a secuencias lineales, muy poéticas y compuestas de cinco o seis fotografías ocupando una sola pared.

3.- Unas historias, relatos, satélites, latidos que se sienten y/o desprenden, sobre todo, a nivel textual, de las imágenes y que, como la hediondez a la que me he referido hablando de las fotografías de la parte trasera de la Boquería, forman parte del background de cada uno de quienes experimentamos en carne propia la evolución de aquella plaza como bien muestra el artista. Es por ello que si no les apetece o no les da tiempo leer los textos impresos en la pared de cada sala, estaría bien que se llevaran el folleto (gratis) que dan a la entrada para leerlos posteriormente y completar la visión de la exposición en el frescor de sus hogares, junto aire acondicionado o en medio de una corriente de aire. Si es que llega.

 

Si todos los textos me parecen irreprochablemente medidos, equilibrados y aportando datos tanto de orden histórico como poético de gran valor e interés, me voy a permitir reproducir el fragmento de uno de ellos que me parece especialmente significativo:

«This is tomorrow» es una canción de Bryan Ferry de su álbum In your mind (1977), y fue también el título de la célebre exposición del Independent Group en la Whitechapel de Londres, en 1956. El utopismo tecnológico intrínseco al discurso vanguardista de modernización y progreso hoy forma parte del lenguaje dominante, como puede verse en los discursos de la política institucional. A su falsa promesa de felicidad se opone el «ángel nuevo» de Walter Benjamin, el ángel de la historia, cuya fatalidad es descrita de manera memorable: «Soplando desde el Paraíso, una tempestad se enreda en sus alas, y es tan fuerte que el ángel no puede cerrarlas. Esta tempestad lo empuja incontenible hacia el futuro, al cual vuelve la espalda mientras el cúmulo de ruinas ante él va creciendo hasta el cielo. Lo que llamamos progreso es justamente esta tempestad» (Sobre el concepto de historia, IX, c. 1940).»

 

Así como en el libro de Georges Perec el relato avanza como una cámara fotográfica que engulle la realidad, la exposición de Ribalta muestra una composición narrativa elaborada como una filigrana en base a pequeñas piezas -fotografías sueltas, vitrinas, grupos de fotografías, objetos, elementos complementarios, un paquete de galletas, una urna funeraria, etc.- capaz de sugerir una lectura visual que no se contenta con lo que muestra cada fotografía si no que se extiende en direcciones insospechadas e imprevisibles, como el bucle que se crea alrededor de la plaza metamorfoseando su apariencia.

Así como buena parte de la obra de Georges Perec podría ser considerada como el trabajo de un cronista en sintonía con Plinio, Herodoto, Tácito, Julio César, Marco Polo o cualquier explorador que hubiera descrito y nombrado los espacios por los que pasaba y todo lo que los poblaba, Jorge Ribalta podría ser considerado como el cronista de una realidad de orden mucho más tangible. Es decir, de una realidad que todavía puede ser corroborada por alguno de quienes actualmente miran y observan sus fotografías. En consecuencia, lejos de referirse a realidades ajenas, distantes en la geografía o alejadas de discursos que, a largo plazo, son los que dotan de coherencia la investigación de un artista, el observatorio al que nos enfrenta Jorge Ribalta (Barcelona, 1963) tiene tanto que ver con la fiebre de archivo como con el recuerdo que surge de una pura introspección.

Yo, que no suelo tener mucha paciencia viendo exposiciones abrumadoramente atosigantes y aburridas como la de Oriol Maspons, actualmente en el MNAC, o la de Henry Cartier-Bresson en Caixaforum Barcelona, que pude ver a principios del 2000 y que afectó tan negativamente mi cerebro que desde entonces me cuesta ver monográficas de fotógrafos con más de 100 fotografías en una sala, les puedo asegurar que el paseo por las seis centenas de fotografías de Ribalta consagradas al relato de la vida y milagros de la plaza de la Garduña barcelonesa ha actuado sobre mí como si fuera un antídoto. Un correctivo en toda regla.

Tanto que, desde que se inauguró la exposición, ya la he visto un par de ocasiones. Y en cada una de ellas, he reparado en cosas que jamás había visto. Es decir, en cosas imperceptibles.

En especial, las que ocurren cuando parece que no ocurre nada.

PD: Por el estrecho vínculo de Jorge Ribalta y Valentín Roma, comisario de la exposición, con Julián Rodriguez (1968-2019), editor, galerista y cazador de instantes (como fue definido en El País), fallecido recientemente, esta exposición está dedicada a su memoria.

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